8 de diciembre de 2021

48 horas en la vida de un Atlético.

Miren que uno intenta a veces explicarse las cosas que le ocurren en esta vida, pero por más que siempre termine tropezando en la misma piedra, no termina uno de comprender nada. Porque nada es normal. Ni las cosas que le pasan a este equipo, ni las que se nos pasan por la cabeza, ni cómo, en tan solo 48 horas, uno puede pasar de sentirse el menda más absurdo del mundo, a convertirse en el rey de la más absurda felicidad.

 

Y es que a uno le cuesta mucho explicar lo vivido el pasado sábado en un partido de fútbol, del equipo que sea, cuando te enfrentas a un modesto Mallorca, y cómo esos mismos jugadores son incapaces apenas de aguantar 15 minutos un resultado a tu favor (hasta el hecho, inclusive, de ser remontado en su totalidad) para, a continuación, verse tocando el cielo de la forma más entusiasta posible, tras hacer una gesta de tal magnitud como la que el Atlético de Madrid hizo ayer (ya perdonarán los que nos quieren enseñar cómo debemos celebrar las cosas, y qué debemos de hacer realmente o no, me vayan en filita ordenada por dónde amargan los pepinos, me hacen ustedes el favor, atentamente).

 

Y, entiéndaseme bien, no hemos ganado nada. El Porto, siendo un equipazo como demostró ser durante buena parte del encuentro, ya me perdonarán de nuevo, pero pocas similitudes tiene al Mallorca del sábado pasado. Ni motivación, ni equipo, ni competición, ni grada a favor, ni grada en contra (porque lo de ayer de los 2500 desplazados es algo difícil de asimilar, el afán de protagonismo que alcanzaron, para bien, carallo, solo faltaba). Son 48 horas solo. 48 horas en la vida de un Atlético.

 

48 horas en las que uno se desplaza al Metropolitano, a pasar un frío siberiano, para poco después contemplar un partido fuera de casa, con lluvia, ambiente desapacible, estadio a muerte en contra de tu equipo, y, sin embargo, comprobar una vez más, que los tuyos, a morir, mueren (si es que lo hacen al final) con las botas puestas, con la cara partida (Vrsaljko), o sin defensas centrales (dios le de vista a quién planificó esta plantilla, vive Dios).

 

Uno, que es muy amante de esta Champions, no comprende tampoco cómo la peña no puede diferenciar el nivel futbolístico entre el partido que se jugó el pasado sábado (tostón infumable) contra otro como el que se disputó ayer (lleno de tensión, de emoción, de 2 equipos entregados hasta el límite de sus posibilidades, de tanganas, de expulsiones, de goles, de calidad, de otro nivel). Sé que la Champions no nos gusta a casi nadie, lo mismo que también conozco que nos termina siempre enganchando como al que más. Porque es otro mundo, otro nivel. Me gustaría escribiros otra cosa, pero es lo que hay. Nos podemos intentar engañar de la forma y manera que nos apetezca hacerlo, correcto. Pero es eso, un triste y simple “como no la puedo ganar, para qué voy a morir en el intento”. En un buen Atlético que se precie, eso será siempre un error conceptual grave. Los Atléticos entendemos de retos, de dificultades, y de superación. Nunca de bajar los brazos, ante nadie, ni ante nada. Este equipo ganó Copas del Rey al mejor Madrid de la historia cuando ellos coleccionaban robos en la Copa de Europa, fue su máximo rival siempre, y encima les solíamos sobar en los morros en su puto Santuario. Que no nos olvidemos jamás de quiénes fuimos, y de dónde venimos, háganme el favor. Que de cobardes (como yo, probablemente, a veces) ya anda el mundo lleno.

 

A mi me gustaría saber cómo en tan solo 48 horas, y cuando teníamos todo a favor y lo más difícil se había logrado, salgo desencantado pensando que Oblak se ha convertido en un simple buen portero más, para, a continuación, volver a ser nuestro Messi, nuestro número uno, nuestro bastión, casi diría, nuestro dogma de fe. Uno no sabe muy bien cómo ayer Jan pudo sacar los remates de Grujic, especialmente del bullicioso y excelente pelotero llamado Luis Díaz (mano de hierro sideral), de Taremi al comienzo de la segunda parte cuando Oblak se puso el disfraz de Lorenzo Rico y salvó como si nuestra leyenda rojiblanca balonmanístico se tratase, y dar esa sensación de poderío y tranquilidad que siempre transmitió. Dicho esto (y lo vengo repitiendo en bastantes más ocasiones), por favor, Jan, juega en corto con el balón en los pies, de verdad, no intentes más pasar del centro del campo. Es palmar el balón absurdamente. Qué desesperación, por Dios.

 

Uno no comprende el hundimiento del Atleti el sábado pasado, en cuanto Stefan Savic abandonó el terreno de juego, y, sin embargo, este martes, el pobre Kongogbia, que casi pasaba por allí, le toca ponerse el disfraz del más feote y desagradable defensa central y jefe del cotarro, y cumplir con la solvencia y profesionalidad que demostró, sin ser su puesto, ni mucho menos. Tampoco entiende su infrautilización, ya puestos.

 

Uno no comprende cómo tras después de unos 20 minutos más o menos correctos en Oporto, el equipo sabe sufrir ante el evidente crecimiento del rival tras conocer que el Milán había marcado frente al “Fuck Liverpool”, sabe ser solidario, sabe aguantar el chaparrón de un equipo como ayer el portugués, por momentos sencillamente indomable, y no tiene los cojones de cerrar un partido en los que quedan apenas un cuarto de hora, en tu puñetera casa, y frente al dichoso Mallorca.

 

Tampoco termina de cuadrarme ver a Luis Suárez retirarse a los apenas 10 minutos de juego por una rotura muscular, llorando como si se estuviese perdiéndose la final de un mundial, cuando es un tipo que ha jugado ya todo tipo de partidos, de finales, de muertes súbitas, estando siempre en la élite mundial, con los mejores y frente a los mejores. Esa ilusión tuya, Hermano Uruguayo, esa ilusión, debería de ser fuente de inspiración para todo buen pelotero que se quiera dedicar a esto que se precie.

 

Más aún enfadado ando con el Cholo, porque no termino de verle claro qué es lo que quiere hacer con el equipo en realidad. Esas desconexiones regionales en las primeras partes, esos desaguisados que monta últimamente con los dichosos cambios (parece mentira que no se dé cuenta de que hasta que un encuentro no esté cerrado, De Paul no se puede ir del terreno de juego pero JAMÁS, en cuanto lo hace, el descalabro es total). Eso, por no hablar de quitar a un tipo como Cunha, que estaba siendo letal de necesidad, también con el partido con 0-1, y cuando era una auténtica pesadilla para la defensa portuguesa, y, a su vez, ya salía desde el banquillo. Eso no me gusta nada, Don Diego Pablo. Pero nada. Y miren, ya puestos a darle palos, tampoco me termina de cuadrar en exceso como Joao Félix no jugó ayer en su país, en un campo en el que le odian a muerte, con la motivación que para el chaval dicha circunstancia le podía haber dado, con el consiguiente beneficio de cara al futuro que hubiese sido para nuestro Atleti, de haberle salido un partido medio decente, claro. Y saben que no soy dudoso ni lo seré jamás con Don Diego Pablo, pero por favor, de pronto con la tecla de lo que quiere realmente hacer con este equipo, tenga claro pronto el sistema a emplear, y no se me vuelva loco con los putos cambios, caramba, que a veces no hay, sencillamente por qué hacerlos. No me cree más desaguisados ni desbarajustes como, especialmente, hizo el pasado sábado frente al Mallorca. Soldado de usted siempre, y para lo que necesite, mi garganta siempre le apoyará. Solo le pido que se tranquilice un poco, nada más.

 

Qué decir del dorsal número ocho. Os lo vengo diciendo muchas veces, no es un menda en el que se note su presencia durante los 90 minutos, ni mucho menos. Es un tipo peculiar, de instantes, de momentos. Probablemente, cuando más veas al Atleti sufrir, el más estará con su sonrisa de niño jugueteando en la guardería, a su puta bola, aunque luego el pibe sea sacrificado como el que más y si tiene que jugar los minutos finales como sufrido lateral, pues lo hace, y fuera. Él es así, aparece en la segunda parte, como si estuviese sin estar, pero, qué curioso, más desmarcado que nadie, más listo que el hambre, le da el balón más que remata él en sí mismo, y pone el 0-1 en el marcador comenzada la segunda parte. Y todo esto, por no hablar del maravilloso que pase que le da al no menos adorable Angelito Correa, para dejarle solo en carrera ante Joao Pinto, y cruzase con maestría el 0-2 definitorio. O para darle otro gol previo a Koke que vaya usted a saber qué diablos quiso hacer el vallecano, rematando con una pintoresca ruleta cuando se me ocurrían otras 300.000 mil cosas más lógicas que hacer con el balón. Por principios, por fidelidad a  mis Hermanos (que no me lo iban a perdonar jamás), seguiré sin nombrar su nombre en mis crónicas, pero, sinceramente, uno que ya tiene una edad en la que, precisamente, estos rollos de la infidelidad, ni la falta de principios, ni de romanticismos absurdos que, al final, no nos terminan llevando a nada, no es lo que me pide el cuerpo hacer en realidad. Llevo una vuelta más por encima de todos ustedes. Ya cumplirán más de 50 palos, y comprenderán mi pragmatismo en todo este asunto y de qué pollas les ando hablando.

 

Y fenomenal De Paul. Y fantástico Llorente. Y Carrasco se ha convertido en nuestro desequilibrado mental de turno, sí, pero eso. Nuestro. Uno más, ya. Y qué decir. Y qué pensar. Y cómo vivir. Y qué manera de emocionarme oyendo ayer a los 2500 en la tele como si fuesen 50.000 mil. Y qué manera de superar lo que parece insuperable. Y qué manera de cagarla cuando lo más sencillo es cerrar un partido y se acabó. Y todo esto, en 48 horas. En 2 putos días en los que el Termómetro Rojiblanco en Liga ya está en -4 grados, por cierto (3 grados nuevos de bajada, descorazonador lo del sábado, sencillamente desalentador).

 

Yo ya no sé si soy un buen Atlético o me estoy convirtiendo en qué se yo. No tengo claro muy bien en qué bando ando. Por un lado, hubiese marchado a Oporto sin dudarlo, importándome un bledo el resultado del Mallorca. Por otro, reconozco que ayer contemplé el encuentro con una absurda falta de fe e, inclusive, hasta de ganas. Luego ya sí, luego ya fue otra cosa. Pero eso es lo fácil. Y a mi no me vale ser así. Tengo que tener la fe de mi cachorrín, el entusiasmo de Don Rubio, la fidelidad inquebrantable del Sr. Mármol, el no dejar nunca de estar cómo lo hace Don Pablo Raso. El aprender, en definitiva, y saber en qué bando quiero estar, y en qué bando seguir. A lo único que sigue sin ganarme nadie, eso es cierto, es a dejarme el último aliento de mi voz cuando voy al campo. Pero eso ya ni me vale, ni me consuela, ni me debo de escudar en ello. Pero no quiero joder el día a nadie, y menos después de lo de ayer. Ya pondré en orden mi cabecita, probablemente, coincidirá en cuanto Don Diego Pablo ponga en orden la suya con lo que quiere hacer con este Atleti en la presente temporada.

 

Por todos los demás, seguiré dando gracias a Dios por ser de este equipo, porque por mucho que gruña, que me enfade, que la señora de la limpieza me desconecte los cables, por más veces que quiera mandar todo a la mierda, sé que al final, volveré. Son ya 47 años ya viviendo esto, y en el fondo, aquí sigo. Así que, el Domingo, todo el mundo al Despacho Clandestino, y no se hable más. “Por el Atleti, tengo un millón de cicatrices. Por el escudo. Por lo que nos diste. Te llevo en el corazón”.

 

2 comentarios:

Lukas dijo...

ficharias a Luis Diaz para reemplazar a Suarez?

Tomi Soprano dijo...

No le veo como un nueve puro y duro, Lukitas. Si como un segundo delantero.

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