No es que me esperase que el Atleti le iba a disputar el título liguero al Barsa (si se han fijado en todas mis anteriores crónicas, apenas nunca he hablado de ello), pero, por si algún encantador imberbe albergaba alguna esperanza, ayer se quedaron disipadas todas. Perdimos por varias circunstancias, un partido que, en condiciones normales no hubiésemos palmado jamás, porque, de hecho, nuestro Atleti realizó un primer tiempo bastante interesante a la par que reconocible. Dominador, decidido, mandón y con mucha personalidad sobre el terreno de juego. De ahí que nos adelantásemos en el marcador con el tanto de penalti de Griezmann (minuto 19 de juego), aparte de tener otra excelente ocasión de Koke en el que su remate se estrelló en el palo y de buenas incorporaciones desde atrás por medio de Sául (al que le molieron a palos durante toda la tarde-noche, dicho sea de paso, un milagro que acabase entero). Nada hacía presagiar la debacle final, la verdad. El Atleti era dueño y señor de la situación.
Pero en la segunda todo cambió. Y se mezcló un poquito de todo: el Atleti se confió en exceso, el equipo local empezó a acorralarnos embotellándonos poco a poco en nuestro área, mientras que nosotros fuimos incapaces de intentar realizar alguna buena opción de contra, entre otras cosas, porque la sangre nos empezó a no regar bien el cerebro, y las botas nos empezaron a pesar toneladas. Tuvo una buena Griezmann (espantoso durante toda esta segunda parte) pero como quiso meter el gol del siglo, se quedó en un ridículo remate más, intentando una ridícula picadita sobre el sobao pasiego del Asenjo. Añádenle que, incomprensiblemente también, el Cholo tardó un lustro en empezar a hacer los cambios (cosa rara en él, por cierto, máxime viendo cómo se estaba poniendo el percal), y en diez minutos nefastos nuestros finales, el puto equipo azulejero nos mojó la oreja una vez más (y empieza a cansar ya un poco el tema, la verdad). Curioso, cuando salió el tal Enes Unai no sabía si era futbolista o en el fondo deseaba echarle un polvo. Pronto descubrí que del polvo me fuese olvidando. En el 80 de juego, remató de cabeza un segundo centro tras un córner (siempre nos pasa en ese campo lo mismo, concedemos segundas y terceras oportunidades con una facilidad para el rival sencillamente insultante), batiendo de forma espléndida al renqueante Oblak (por cierto, otra baja para el próximo partido, Griezmann, por tarjetas, no dejen de aplaudir, nunca cedan en su risa constante). Pudimos rematar antes en una buena acción de Vitolo que, no cedió un balón franco en el área para que lo remachase o Torres o Costa (desaparecido en combate toda la noche), hasta que, en el 91, un remate atolondrado de no se quién desde dentro del área, volvió a caer en botas del tal Unai, y puso la remontada final en el marcador, marcando en el segundo palo a placer. Paupérrimo el ojito que tengo a la hora de descojonarme de un jugador rival (tranquilos, la próxima vez veré el partido del Atleti con la lengua atada), muy decepcionante segunda parte del Atleti, en el que volvió a pasar lo que nunca pasaba, pero que este año parece norma de la casa, a saber, nos remontan un partido con la punta del pijo, y entramos de lleno a toda velocidad en este final del túnel a ninguna parte en el que, tiene pinta, se va a terminar convirtiendo nuestro final liguero. Un túnel sin ya retorno. Está claro, el oro de Moscú nos salió caro.
EL CRACK DEL ENCUENTRO:
Sin fuegos artificiales, pero no anduvieron mal ni Giménez, ni Saúl, ni Thomas, ni Lucas. Al menos, mientras les regaba algo de sangre en el cerebro.
LA DECEPCIÓN DEL PARTIDO:
Exasperante a más no poder segunda parte de Griezmann, injustificable ausencia durante todo el encuentro de Diego Costa, mientras que Koke, el hombre, sigue en su mundo. Sin olvidarnos de los cambios a cámara lenta de Simeone.
ÁRBITRO:
Nuestro amigo Bobalán. Nos regaló el penalti, luego la cateta afición local pidió otro de Giménez sobre Bacca, que fue justo al revés, patadón del colombiano sobre nuestro uruguayo, terminando aderezando el partido con la ridícula expulsión de Vitolo, que no hay por dónde cogerla, y no precisamente toda la culpa la tiene el jugador canario, ni mucho menos.
TERMÓMETRO ROJIBLANCO: (+4 GRADOS).
¿Para qué lo voy a bajar? Las tradiciones hay que mantenerlas, hombre, y perder en ese estadio empieza a ser algo sencillamente entrañable y tierno.
Hala. Paroncito de selecciones, que a mi, al menos, personalmente, me viene estupendo para desconectar un poco de todo esto, que uno anda un tanto aburrido ya de estar siempre diciendo lo mismo. Sean buenos esta Semana Santa. “No importa lo que pase, No nos separarán”.