21 de julio de 2015

Hasta siempre, Mamá.

  • “José, quiero que me acompañes a un sitio. Estáte tranquilo, hace mucho tiempo que quiero ir y ahora es el momento. Por favor, deseo que vayamos los dos juntos de la mano, como siempre hemos hecho”.
  •   “Muy bien, mamá. Ya sabes que me encanta ir contigo a todas partes” (contesto con la mejor de mis sonrisas).

El trayecto es un camino tranquilo, silencioso y muy sosegado.  Sorprendentemente, no nos encontramos a nadie por la calle. Bajamos las escaleras de mi domicilio, cogemos Camino de la  Laguna hasta la Vía Carpetana, y bajamos toda ella para abajo hasta que llegamos al Estadio Vicente Calderón. Es de noche, pero, sin embargo, se encuentra  el mismo completamente iluminado. De repente, una gran luz brillante se asoma del cielo y aparece una gran puerta desconocida para mí, y eso que llevo yendo al estadio casi todos los fines de semana durante más de 41 años al estadio.

Subimos una especie de escaleras flotantes en forma de nubes, hasta que aparece un hombre alto, corpulento, de aspecto recio y con bigote. Su rostro me resulta completamente familiar, pero ante tanta luminosidad, no logro distinguir de quien se trata.

  • -       “Buenas noches – nos comenta ese señor-. ¿Qué desean?”
  • -   “Mi madre me ha traído hasta aquí – le contesto con voz temblorosa. Parece ser que quiere entrar”.
  • -  “Muy bien, pero para poder acceder, es necesario que cumpla una serie de requisitos absolutamente indispensables. Este es un Club tremendamente selecto  y exigente” (me comenta el señor con una voz grave y muy seria).
  • -   “¿De qué se trata? – le respondo yo-. Si son condicionantes económicos, más vale que nos vayamos dando la vuelta, mamá. Nosotros somos de Carabanchel, gente humilde y muy trabajadora”.
  • -   “No se preocupe, Tomi (me contesta otra vez ese hombre). A nosotros el dinero nada nos importa. Se trata de una serie de valores morales y de fidelidad que debe de cumplimentar las personas que quieran estar con nosotros”.
Joder, conoce mi nombre y todo (pensé para mi). ¿Cómo podrá ser posible?
  • -         “Bueno, ¿Y cuáles son esos condicionantes, si pueden saberse?” – inquiero intrigado-.
  • -         “Uno de ellos es el amor. La persona que desee entrar aquí debe de haber llenado este mundo de amor y haberlo repartido a partes iguales entre su gente”.
  • -         “¡Ah, pues qué bien! Si algo tiene mi madre es que nos ha llenado siempre de cariño y de amor en cada instante desde que nacimos. Su corazón siempre ha sido un pura sangre que en cada latido nos ha inundado de cariño. De eso andamos sobrados, no se preocupe”.
  • -         “Fenomenal (me vuelve a contestar el señor). Las siguientes actitudes que debe de cumplir es la lucha, el coraje, derrochando el corazón aparte del sentido de la responsabilidad”.
  • -    “Jo, pues que si yo le contara … De eso andamos sobrados también. Desde que nacimos, solamente ha vivido la pobre para cuidarnos y hacernos crecer sanos y salvos, educándonos de la mejor forma que ella ha entendido. Ha superado infinidad de trances desagradables en su vida, algunos de una crueldad sencillamente extrema. Desde el abandono del miserable de mi padre, más ocupado en darse a la puta botella que de cuidar a su familia hasta llegar al nuestro abandono total, hasta el traumático fallecimiento de su padre, aparte de infinidad de trabas físicas que le ha ido mermando durante su durísima vida que la pobre ha padecido, y sin embargo, aquí me tiene. Mis hermanos y yo hemos tirado hacia adelante gracias a sus enormes sacrificios  que ha hecho. Nos crio en solitario, nos educó y renunció por completo a rehacer su vida, anteponiendo siempre nuestra felicidad. Y no puede llegar a imaginar lo orgullosos que nos encontramos de ella, no se vaya usted a pensar” … - repliqué de nuevo-.
  • -         “Muy bien. El siguiente condicionante debe de ser la valentía” –volvió a inquirirme ese señor-.
  • -      “Pues ella nos protegió como nadie. Le voy a contar una anécdota. Hace ya muchos años, fuimos al campo del Maligno a presenciar un encuentro de fútbol entre el Madrid y nuestro Atleti. Fue una final que de Copa de Liga que perdimos. Al acabar dicho encuentro, y como iba ataviado con toda clase de símbolos rojiblancos, me rodearon de repente una salvaje manada de Ultras-Sur y empezaron a proferirme toda clase de insultos y de amenazas. Sin embargo, ella se pudo delante de mí valientemente, no se achantó en ningún instante y les hizo frente, terminando finalmente por disolverlos, mientras yo temblorosamente presenciaba dicha circunstancia. ¡Menuda es ella si nos ve amenazados!”.
  • -         “Perfecto – volvió a contestar el señor-. Su caso empieza a estar muy claro. Ya nos va faltando poco para terminar. Obviamente, en este lugar somos todos del Atleti, así que la persona que quiera acceder aquí debe de haber predicado la doctrina Atlética por todas partes” –de nuevo comentó  nuestro forzudo amigo-.
  • -         “Fenomenal, porque precisamente ella logró hacer cambiar a mi hermano mayor Manolo de equipo ¡Nada más y nada menos que era del Madrid! Aún recuerdo su blanca camiseta con el 8 a la espalda de Amancio y su caja de cartones con sus recortables de los jugadores blancos. En cuanto a mi hermano Juan, era del Athletic de Bilbao, ¿sabe? Pues bien, ahora son dos entregados en cuerpo y alma hinchas colchoneros. Así que eso está fuera de toda duda, no se preocupe”.
  • -         “¿Y usted?” – replicó de nuevo-.
  • -         “No tenga cuenta, hombre. Lo mío viene de serie, no problem” – volví a contestar-.
  • -         “Entiendo que fue entonces una gran Atlética, ¿No?”
  • -         “La mejor. Fue socia del Club y nos hizo socios a nosotros sus hijos llevándonos siempre al Calderón de la mano. Después, el Abominable hombre de los Tales la echó, como a tantos y tantos otros, al no poder pagar el abono de todos y, conociendo lo que significaba el Atleti para mi, ella y mis hermanos me dejaron solo a mi como socio. Pero no se perdió posteriormente ni un solo partido, ¿Eh? Vio por la tele cada uno de sus encuentros y cuando Dios decidió quitarle la vista, no le impidió seguir al equipo a través de la radio ni un solo instante hasta el final de su existencia. Disfrutó de nuestros Títulos como la que más, derramó sus lágrimas tras Lisboa … Derrochó sentimiento Atlético por los cuatro costados”.
  • -         “¡Impresionante!”. Exclamó el señor.  “Pues ya solo queda un último condicionante, y es que para entrar aquí debe de llevar un símbolo de nuestro equipo”.
De repente, aparece un joven presuroso detrás de mi  que no sé de dónde sale exactamente  y que me dice:
  • -         “Joder, Tomi, ¡es que eres la polla, ¿eh? ¿En qué andas pensando, tío? Toma. La bufanda del Atleti.  Pónsela a tu madre, anda, que eres un puto desastre”.
  • -         “¡La hostia, Capo! ¿Pero qué haces tu aquí? Joder, muchas gracias, cachorrín mío. No sé qué haría yo sin ti. Toma mami, póntela. Mira, qué bufanda del Atleti más bonita”.
A continuación, se abren unas enormes puertas que dan lugar a unas deslumbrantes luces que iluminan todo con unos maravillosos colores rojiblancos.

  • -            “¡Vaya chulada de sitio! ¿En dónde se va a poner?” – Pregunté completamente alucinado.
  • -     “Allí, en todo el centro, en el asiento vacío que se encuentra entre el señor Don Vicente Calderón y Don Luis Aragonés. Ese es su sitio”, me contestó de nuevo el señor.
  • -         “¡Madre mía!” - exclamé completamente sorprendido  “¡Qué bien acompañada va a estar! ¿Y cuándo tengo que volver para llevármela de nuevo a casa?” – volví a contestar-.
  • -     “No tenga ninguna prisa. Ya le llegará su momento, joven –me contestó de nuevo un tanto enfadado-. Su sitio ahora mismo está en la grada del estadio. Animando y dejándose el alma como siempre hace cantando nuestro glorioso himno a todo pulmón”.
  • -         “Pero yo si yo quiero estar con ella, hombre … ¿Qué me está contando! A todo esto, ¿Usted quién es?”
  • -          “Yo me llamo Juan Carlos”.
  • -      “¡Hostias, ya sé quién es! Usted es Juan Carlos Arteche! Pues muchísimas gracias, hombre. Cuídenmenla entonces mucho, por favor”.
  • -          “No tenga cuenta, Tomi. En ningún sitio se va encontrar Doña Tomasa mejor que aquí”.

Finalmente, un mar de lágrimas desbordó mi rostro y aparecí de vuelta en mi casa. Nada llena el vacío que hay en mí en este instante, aunque, bien pensado, tendré que hacer de tripas corazón y tomar en cuenta de todos esos consejos y las innumerables muestras de cariño que me han dado mi tía María (gracias por tu enorme esfuerzo, tía), mi Tío Dioni, mis primos, mis compañeros además de amigos de Alhambra Eidos, mi  inseparable familia del Grupo 51, la gente de la Facultad de Informática a los que tanto quiero y que me hicieron disfrutar de los mejores años de mi vida, mi hermano @ARIASFOREVER y Paloma, representando a esos valencianos que tanto sé que me quieren y que  tanto me hacen de rabiar, los tipos duros de mi barrio, mi Carabanchel del alma, ese Dani-Oto que siempre tan cerca de mí está, la dulzura de Mary con su padre, los hermanos Valadés (¡què grandes son!), Gustavo, Julito, Juanjonawer (nunca me fallas, tío), los compañeros de Data Line de mi hermano Manolo, los amigos de mi hermano Juan, los que sin poder estar siempre están (mi Abu, mi Carabo y mi Zulito del alma) y, en definitiva, todo aquel que me ha acompañado en estos días tan duros o que se han acordado de mí o de mis hermanos en algún momento durante estas tan tristes fechas. De todo corazón, gracias, muchísimas gracias.


Tengo tanto miedo de mi futuro devenir, y es que Mamá, te quiero tanto ….

12 de julio de 2015

El sueño de una rojiblanca noche de verano.


Todo comenzaba cuando tenía que volver al Calderón a retirar de nuevo mi nuevo abono. No importaba la posible cola que hubiese, más bien al contrario: casi que cuanta más peña poblase la misma mejor. La primera emoción fuerte era cuando entraba por la puerta 6 del estadio y subiendo las escaleras en el córner contemplaba de nuevo el estadio. Y ahí se asomaba: espléndido, brillante, resplandeciente e Imperial.  Ese césped verde pradera, las gradas vacías pero deseosas de poblarse de gente, mirabas hacia tu localidad y ahí se encontraba, ansiosa de nuevo de recibirte. Y dirigías tu mirada hacia las porterías, unas veces con las mallas puestas, otras no, dispuesto a todo para empezar a cantar de nuevo gooool.

Una vez ya dentro de la zona noble del campo, las miradas se disparaban hacia cualquier cosa con traje que se desplazase. ¿Quién será ese? ¿Algún representante? ¿Algún directivo rival o propio? El ansia por intentar descubrir algún nuevo fichaje se apoderaba de ti. Y, una vez con tu abono ya renovado en tu poder, te marchabas del Calderón con una total alegría, deseoso de volver para ya contemplar cualquier encuentro que se disputase. Aunque fuese frente al Moscardó.

La siguiente emoción fuerte era el día de la presentación. Volvías de nuevo a la zona noble, pero esta vez a sus gradas. A esas gradas que jamás pisabas el resto del año. Una vez estaban los jugadores en el terreno de juego, procedía la foto de rigor de los nuevos aparte, e intentabas identificar a ese rubio del que tan bien te habían hablado, a ese extranjero en el cual tantas esperanzas tenías depositado, a ese canterano del que hablan maravillas, hasta que, por fin,  los primeros estiramientos precedían a las primeras vueltas alrededor del campo de la plantilla, que iban levantando las atronadoras ovaciones de rigor según pasaban los jugadores por la localidad que ocupaba el personal. Minutos después, llegaba el momento cumbre de la jornada. El balón aparecía sobre el terreno de juego  ¡ Al fin fútbol! ¡Por fin, el balón empezaba a ser el protagonista!

Era el primer partidillo de rigor. Intrascendente, con poca o ninguna intensidad, pero que lo vivías con una emoción mezclada con una ilusión sencillamente desbordante. Tus ojos, por supuesto, se disparaban principalmente hacia los nuevos fichajes. Y la grada empezaba a rugir con aquel sencillo regate que nos parecía de una calidad desorbitante, con aquella primera carrera por banda que nos hacía presagiar que el nuevo galgo del Metropolitano estaba en camino, y con aquel primer tanto que cantábamos casi a pleno pulmón al pensamiento unísono de “este polaco de pelo largo nos va a dar tardes de gloria”. Al terminar dicha pachanguilla, la explosión de ilusión entraba en su máximo apogeo. Estábamos preparados para el rock and roll. El aficionado se marchaba de las gradas con una sonrisa de oreja a oreja. Historias del mes Julio.

Después, el insufrible mes de Agosto madrileño hacía que junto a mi familia me desplazase al pueblo (La Roda de Albacete, para más señas). Allí, curiosamente, era otro mundo. Me encontraba en un lugar prácticamente aislado de casi cualquier cosa que estuviese relacionada con el Atleti en particular y casi que con el fútbol en general. Mis únicos contactos eran pillarme el balón e irme al Municipal de pueblo a dar unas patadas y buscar algún loco enamorado del Rock and Roll para dar unos puntapiés conmigo. Curiosamente, siempre encontraba a alguien. Del Madrid, del Barsa, con casi toda probabilidad del Alba …  daba igual. El caso era sentir de nuevo el esférico entre los pies. ¿Qué eran las cuatro de la tarde de una asfixiante tarde manchega? Era lo de menos. Lo demás era quitarse el mono futbolero de la manera que fuese.

Y entre partidillo y partidillo, comenzaban los torneos veraniegos. El Teresa Herrera, el Carranza, el Colombino … Raro era que en alguno de ellos no estuviese mi Atleti. Y, por supuesto, los vivía con una transcendencia como si del primer partido de Champions se tratase. En aquella época, el despliegue informativo era más bien escaso. En La Roda no pillaba ninguna emisora deportiva madrileña, con lo cual me resultaba bastante complicado el devenir de mi equipo. En esas  noches agosteñas, hubiese dado lo que fuese  por haber escuchado una retransmisión local de Madrid. Creo que hubiese sido hasta capaz de pillarme un tren de vuelta y todo, para una vez terminado el encuentro, haberme de nuevo desplazado al pueblo.  ¿Qué habrá hecho  esta noche el Atleti? Vivía sin vivir en mí. Solamente había una forma de enterarme bien de la actualidad colchonera: pillar el AS o el Marca.

¡Pues vaya gilipollez!, pensará mi sufrido lector. Si eso lo consigue cualquiera … Pues no era nada fácil conseguir uno en aquella época, ya que el número de ejemplares que repartían en el pueblo no superaba, seguramente, la docena por periódico (y no exagero nada). Así que para poder conseguir alguno tenía que darme un madrugón considerable, y, como resulta que a la par uno se encontraba de vacaciones y la noche anterior seguramente hubiese disfrutado de alguna salvaje fiesta popular de alguno de los múltiples municipios  manchegos, la tarea resultaba altamente complicada.

Más de una vez, y más de dos, y más de tres, me levantaba sobresaltado a las 10,30 h. de la mañana y corría como alma en diablo hacia el quiosco para ver qué había hecho el Atleti, para ver si habíamos llegado a la final o si el encuentro había acabado en la tangana de rigor frente a cualquier histórico equipo sudamericano. Mala suerte, los ejemplares de los periódicos deportivos habían ya volado. Y la desazón se apoderaba de mi. Así que de nada había servido ese sufrido madrugón de turno (considere el amable lector que los más normal es que esa noche la hubiese terminado más bien pasadas las 6 de la mañana y con una para nada despreciable abundante ingesta de alcohol en mi apolíneo cuerpo).

Algunas veces, el cielo se me habría cuando mi abuelo lo lograba traérselo del asilo. Pero, descorazonadamente para mi, eran escasas dichas ocasiones. Eso sí, cuando conseguía un ejemplar entre mis manos, era el muchacho más alegre del mundo. Marchaba raudo hacia el parque para, literalmente, devorarme la crónica de aquella final del Carranza, o de aquel Villa de Madrid que tanto significaba para mi. Y, por supuesto, cuando en ellas describía el triunfo del Atleti, la alegría se desbordaba. Y si habíamos ganado con algún gol de algún fichaje, la euforia era doble.

Y asi transcurrían, verano tras verano, las emociones de este joven hincha del Atleti. De hecho, septiembre, para mi no suponía ningún trauma. Daba igual que fuese de nuevo la vuelta al cole, los madrugones, los exámenes, el frío, o que me tuviese que despedir de aquella moza del pueblo que me había hecho tanto tilín. Había algo que podía con todo, y era de nuevo el comienzo de la Liga y el volver a ocupar mi asiento en el Calderón.

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