Todo comenzaba cuando tenía que volver al Calderón a retirar de nuevo mi nuevo abono. No importaba la posible cola que hubiese, más bien al contrario: casi que cuanta más peña poblase la misma mejor. La primera emoción fuerte era cuando entraba por la puerta 6 del estadio y subiendo las escaleras en el córner contemplaba de nuevo el estadio. Y ahí se asomaba: espléndido, brillante, resplandeciente e Imperial. Ese césped verde pradera, las gradas vacías pero deseosas de poblarse de gente, mirabas hacia tu localidad y ahí se encontraba, ansiosa de nuevo de recibirte. Y dirigías tu mirada hacia las porterías, unas veces con las mallas puestas, otras no, dispuesto a todo para empezar a cantar de nuevo gooool.
Una vez ya dentro de la zona noble del campo, las miradas se disparaban hacia cualquier cosa con traje que se desplazase. ¿Quién será ese? ¿Algún representante? ¿Algún directivo rival o propio? El ansia por intentar descubrir algún nuevo fichaje se apoderaba de ti. Y, una vez con tu abono ya renovado en tu poder, te marchabas del Calderón con una total alegría, deseoso de volver para ya contemplar cualquier encuentro que se disputase. Aunque fuese frente al Moscardó.
La siguiente emoción fuerte era el día de la presentación. Volvías de nuevo a la zona noble, pero esta vez a sus gradas. A esas gradas que jamás pisabas el resto del año. Una vez estaban los jugadores en el terreno de juego, procedía la foto de rigor de los nuevos aparte, e intentabas identificar a ese rubio del que tan bien te habían hablado, a ese extranjero en el cual tantas esperanzas tenías depositado, a ese canterano del que hablan maravillas, hasta que, por fin, los primeros estiramientos precedían a las primeras vueltas alrededor del campo de la plantilla, que iban levantando las atronadoras ovaciones de rigor según pasaban los jugadores por la localidad que ocupaba el personal. Minutos después, llegaba el momento cumbre de la jornada. El balón aparecía sobre el terreno de juego ¡ Al fin fútbol! ¡Por fin, el balón empezaba a ser el protagonista!
Era el primer partidillo de rigor. Intrascendente, con poca o ninguna intensidad, pero que lo vivías con una emoción mezclada con una ilusión sencillamente desbordante. Tus ojos, por supuesto, se disparaban principalmente hacia los nuevos fichajes. Y la grada empezaba a rugir con aquel sencillo regate que nos parecía de una calidad desorbitante, con aquella primera carrera por banda que nos hacía presagiar que el nuevo galgo del Metropolitano estaba en camino, y con aquel primer tanto que cantábamos casi a pleno pulmón al pensamiento unísono de “este polaco de pelo largo nos va a dar tardes de gloria”. Al terminar dicha pachanguilla, la explosión de ilusión entraba en su máximo apogeo. Estábamos preparados para el rock and roll. El aficionado se marchaba de las gradas con una sonrisa de oreja a oreja. Historias del mes Julio.
Después, el insufrible mes de Agosto madrileño hacía que junto a mi familia me desplazase al pueblo (La Roda de Albacete, para más señas). Allí, curiosamente, era otro mundo. Me encontraba en un lugar prácticamente aislado de casi cualquier cosa que estuviese relacionada con el Atleti en particular y casi que con el fútbol en general. Mis únicos contactos eran pillarme el balón e irme al Municipal de pueblo a dar unas patadas y buscar algún loco enamorado del Rock and Roll para dar unos puntapiés conmigo. Curiosamente, siempre encontraba a alguien. Del Madrid, del Barsa, con casi toda probabilidad del Alba … daba igual. El caso era sentir de nuevo el esférico entre los pies. ¿Qué eran las cuatro de la tarde de una asfixiante tarde manchega? Era lo de menos. Lo demás era quitarse el mono futbolero de la manera que fuese.
Y entre partidillo y partidillo, comenzaban los torneos veraniegos. El Teresa Herrera, el Carranza, el Colombino … Raro era que en alguno de ellos no estuviese mi Atleti. Y, por supuesto, los vivía con una transcendencia como si del primer partido de Champions se tratase. En aquella época, el despliegue informativo era más bien escaso. En La Roda no pillaba ninguna emisora deportiva madrileña, con lo cual me resultaba bastante complicado el devenir de mi equipo. En esas noches agosteñas, hubiese dado lo que fuese por haber escuchado una retransmisión local de Madrid. Creo que hubiese sido hasta capaz de pillarme un tren de vuelta y todo, para una vez terminado el encuentro, haberme de nuevo desplazado al pueblo. ¿Qué habrá hecho esta noche el Atleti? Vivía sin vivir en mí. Solamente había una forma de enterarme bien de la actualidad colchonera: pillar el AS o el Marca.
¡Pues vaya gilipollez!, pensará mi sufrido lector. Si eso lo consigue cualquiera … Pues no era nada fácil conseguir uno en aquella época, ya que el número de ejemplares que repartían en el pueblo no superaba, seguramente, la docena por periódico (y no exagero nada). Así que para poder conseguir alguno tenía que darme un madrugón considerable, y, como resulta que a la par uno se encontraba de vacaciones y la noche anterior seguramente hubiese disfrutado de alguna salvaje fiesta popular de alguno de los múltiples municipios manchegos, la tarea resultaba altamente complicada.
Más de una vez, y más de dos, y más de tres, me levantaba sobresaltado a las 10,30 h. de la mañana y corría como alma en diablo hacia el quiosco para ver qué había hecho el Atleti, para ver si habíamos llegado a la final o si el encuentro había acabado en la tangana de rigor frente a cualquier histórico equipo sudamericano. Mala suerte, los ejemplares de los periódicos deportivos habían ya volado. Y la desazón se apoderaba de mi. Así que de nada había servido ese sufrido madrugón de turno (considere el amable lector que los más normal es que esa noche la hubiese terminado más bien pasadas las 6 de la mañana y con una para nada despreciable abundante ingesta de alcohol en mi apolíneo cuerpo).
Algunas veces, el cielo se me habría cuando mi abuelo lo lograba traérselo del asilo. Pero, descorazonadamente para mi, eran escasas dichas ocasiones. Eso sí, cuando conseguía un ejemplar entre mis manos, era el muchacho más alegre del mundo. Marchaba raudo hacia el parque para, literalmente, devorarme la crónica de aquella final del Carranza, o de aquel Villa de Madrid que tanto significaba para mi. Y, por supuesto, cuando en ellas describía el triunfo del Atleti, la alegría se desbordaba. Y si habíamos ganado con algún gol de algún fichaje, la euforia era doble.
Y asi transcurrían, verano tras verano, las emociones de este joven hincha del Atleti. De hecho, septiembre, para mi no suponía ningún trauma. Daba igual que fuese de nuevo la vuelta al cole, los madrugones, los exámenes, el frío, o que me tuviese que despedir de aquella moza del pueblo que me había hecho tanto tilín. Había algo que podía con todo, y era de nuevo el comienzo de la Liga y el volver a ocupar mi asiento en el Calderón.
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