19 de diciembre de 2021

Sevilla 2 - Atleti 1. Muerta la Liga ... ¡Viva la vida!

Y ojito. Muerta la disputa por el título de Liga, pero eso no implica que ya nos dejemos ir como alma en pena, como velero sin rumbo, por el devenir futbolístico que aún nos aguarda. Hay que luchar por ser segundos (y no cuartos, como bien me apuntaba ayer Don @Paulmarble), y hay que valorar lo que aún nos queda, que no es poco.

 

De primeras, no sé lo que Monseñor Segurola opinará al respecto (no es su Mandril, ustedes perdonen la intromisión), pero, entiendo, para un aficionado imparcial de los que se las trae al pairo el devenir de uno u otro equipo, el encuentro fue un estupendo partido de fútbol, lleno de garra, de presión, de lucha, de disputa, de coraje, de emoción y de corazón. Los “Miarmá” ya sabemos la pasión con la que disputan sus encuentros, desde más allá del Pleistoceno (importantísimos grupos de espeleólogos de todo el mundo, siguen investigando el año de nacimiento de tan curioso fenómeno, lo único que saben de ellos es que suelen ser tipos aparcacoches desdentaos, que no paran compulsivamente de darse golpes en el pecho creyéndose los más mejores, seres pintorescamente soberbios en los que escupen siempre veneno y bilis -O Biris- pestilenta). Da igual. Se palmó y fuera. Poco más se puede decir.

 

De segundas, la vida no acaba aquí. Lo siento, pero la grandeza de las Competiciones la da el que las dispute hasta el final el Club Atlético de Madrid. Si nuestro Atleti ya, por lo que sea, no puede ir a por el Campeonato Nacional liguero, tendremos que dignificar las competiciones que nos queden. El partido frente al Rayo Majadahonda va a ser el partido de nuestras vidas. Frente al United en Champions es tan sencillo el pasar como que consigamos anotar un tanto más que el Ser más despreciado a la par que despreciable del Mundo nos va a clavar. La Supercopa de España se presenta tan emocionante como entusiasmante. Y es que, en esta vida, nunca mi objetivo será presenciar a un rival tan necesario como prescindible, sea en la Competición que sea, y me importa un bledo la importancia que pueda tener o dejar de tener. El día de Fiesta Nacional es cuando juegue el Atleti. Siempre mi Atleti.

 

De terceras, reconocer las cosas como son. El día del Mallorca fue de bochorno ajeno. El día de los indeseables vecinos, pues más de lo de siempre (que si te llegan 2 veces, que si la ayudita Carvajalesta de marras, que si el mejor de ellos fue el pequeño canguro) … Es un partido en el que, al final, la ansiedad siempre nos puede, y es el peor aliado que podemos tener. Mientras no superemos esto, nos seguiremos tropezando en la misma piedra una y otra vez. No hay remedio alguno. Y paso más de esta historia, la verdad.

 

Pero bueno, hay que reconocer las cosas también. Ayer se perdió un partido sumamente equilibrado en la primera parte, en la que el disparo de su vida del tal Rakitic (individuo que parece siempre que anda jugando de empalmada después de su despedida de soltero, no sé por qué siempre su careto me causa siempre dicha sensación) fue un misil difícil de superar, un golazo inapelable. El equipo equilibró las embestidas del enfurecido rival, empatando el encuentro en un testarazo de Felipe tras la salida de un córner, y daba la impresión de que no estaba nada, ni ganado, ni perdido.

 

Después vino la segunda parte. Cada uno puede opinar lo que quiera, líbreme Dios, pero yo siempre que vea a mi equipo dándolo todo hasta en el último rincón del césped, demostrando ambición, personalidad, carácter, decisión, profundidad y dominio, sencillamente, entre o no entre la dichosa pelotita, es imposible que les reproche nada, más bien lo contrario, les halagaré hasta decir basta. Yo no voy de experto de tácticas, ni de sistemas de juego, ni de esquemas, ni polladas en vinagre. Lo que sí que conozco es lo que me transmite mi equipo, y si me da como para acostarme con la sensación de haberlo intentado sin parar, sin buscar excusas y dominando de cabo a rabo al rival, en su puñetera casa, yo me voy la mar de satisfecho. Mi manera de entender el fútbol es lo que mi muchachada me transmite, e, independientemente de un resultado adverso más o menos puntual, me guío por eso. Porque pienso que un Atlético entiende de pasión, de sangre que le corre por las venas, de sentimiento, de orgullo, y de no rendirse jamás. Y ayer no acabé mi jornada sabatina en El Despacho ni con la cabeza baja, ni con el alma partida. Esto es fútbol, y a veces pasan estas cosas. Seguir siguiendo.

 

Ahora resulta que tres derrotas seguidas es el drama universal. ¡Qué ganas tenían! Yo es que me parto, lagarto, cuando, hace no tan demasiado tiempo, tres victorias consecutivas nos parecían una auténtica utopía. La memoria no sirve solo para pasar cuentas pendientes, sino también para saber de dónde uno viene, lo que le ha costado estar en dónde estar, y actuar en consecuencia. Mi única forma de seguir siendo Atlético es el miércoles estar con el equipo animándole y siguiéndole sin cesar. Otros que hagan lo que quieran, esto no es un manual del buen Atlético, ni mucho menos. Esto solamente es mi puta realidad.

 

 

 

También parece que no debemos ya de seguir disfrutando de ser los actuales Campeones VIGENTES de Liga. Pues vale. Esas doctrinas sé que triunfan mucho por la zona de Concha Espina. Pero es que yo soy de Carabanchel, ¿saben? Y a mi me han enseñado que ganar 2 Campeonatos Ligueros de forma consecutiva, hay poquitos que lo consigan. Muy poquitos. Y como yo al Atleti lo disfruto tanto o más que lo sufro, pues señores, cada uno tomen el camino que quieran, solo faltaba. Uno ya anda en una edad en la que tiene muy claro el sendero a seguir.

 

La crítica nunca puede faltar, que nadie tampoco lo dude. Si uno no se exige a sí mismo, uno acaba en la mediocridad más absoluta. Por eso quiero que se solucionen los problemas que tenemos actualmente. Quiero que el Cholo se me centre de una vez (este año, no ha dado todavía con la dichosa tecla definitiva). Quiero que se acabe el cachondeo de los cambios, sin ton ni son, sin mucha razón de ser. Deseo que De Paul (jugador del cual siempre tengo la impresión que hay un antes y un después, según ande presente en el campo o no), y visto que Koke, el hombre, necesita un descanso como el comer, sea nuestro pilar incontestable.

 

Necesitamos una solución urgente para el tema de Joao Félix. Esto es muy sencillo. Don Diego Pablo, dele (pero déselos, coño) 7 partidos consecutivos siendo titular incontestable. Que pille esa confianza que tanto echo en falta (y él, me temo, también le hace falta). No me venga con estúpidos cuentos de que con “si en Portugal”… ¿Y a mi qué carallo me importa cómo juegue en Portugal? Este jugador no se nos puede escapar, y si al final lo perdemos, usted será el máximo responsable por haber negociado tan lastimosamente su presencia en el equipo. Por supuesto que el nene tiene pupa, y una buena patada en los cojones nunca está de más. Pero eso ya se está viendo que tampoco anda funcionando en exceso. Así que, tiene usted un mes, 2 meses, lo que queda de temporada para demostrarlo. Pero con un mínimo de confianza, por favor. Y con algo de tacto y psicología. Nadie somos tan fuertes psicológicamente como usted, Simeone. Y nadie mejor que vos debe saberlo. 7 partidos. 7. No le pido más.

 

Y ya puestos, creo que también es justo a lo mejor revertir un poco el rol Suárez-Cunha. Luisito estará ya siempre en el imperio de nuestro corazón. Eso se lo ha currado él, y no se lo va a quitar ni Dios. Pero igual no nos vendría mal que, a lo mejor, Cunha, que tiene desparpajo, personalidad, físico, velocidad y movilidad, sea el que salga de inicio para, aunque sea, desgastar a los rivales, y luego sea el Criminal que remate la faena, con más fuerza y con la decisión y el gol que tiene. No sé. Algo hay que probar cuando el invento no funciona, ¿no? Ahí lo dejo.

 

Casi que ya acabo, que, aunque no se lo crean, me cuesta un mundo escribir después de una derrota del Atleti. El segundo gol de los del Pleistoceno, en el fútbol de hoy en día, es falta del tipo que arrolla a Koke, y juego peligroso del tal Koundé (cómo un menda puede lucir esa cabellera, joder, si mis Sioux levantaran la cabeza). En el fútbol, sin embargo, de los que hemos mamado los ochenta, no es ná de ná. A Koke se le comen la tostada, y el Boney M. disputa el balón con todo lo que tiene que hacer para ganarlo. Eso es fútbol, señores, no las mamarrachadas que nos quieren vender ahora. Afortunadamente (y eso nos diferencia, por ejemplo, de los propios “miarmá”) los Atléticos no balbuceamos por ello. Lo dejamos pasar, miramos nuestro ombliguito pertinente, y con furia desatada y valentía inusitada, nos empezamos a preparar frente a nuestro próximo reto, que será en los Cármenes frente al Granada. Yo quiero seguir siendo así, al menos. Y el día que me vean algo acarajotado, dos collejas, y p’a adelante. ¿Estamos?

 

EL CRACK DEL PARTIDO:

Kondogbia. Hizo un partido, para ser un tipo que no juega, reitero, en su sitio, sencillamente emocionante. Muy emocionante. Me tiene totalmente ganado para la causa el monstruaco este. Y sí. Buenos minutos de Joao Félix. Lo que no sé es si en Luxemburgo, Portugal o en Groenlandia los hará igual. Y me importa un pepino, Don Diego Pablo (a cuerno quemado me han sonado estas declaraciones, lo siento en el alma, pero a cuerno quemado, aunque, no lo dude, seguiré siendo soldado de usted, hasta que la muerte nos separe).

 

LA DECEPCIÓN DEL ENCUENTRO:

Pues Carrasquito estuvo en un plan medio metrosexual-gilipollas-posturitas que no me convencieron en exceso. Un tipo que acaba el encuentro con su peinadito sin despeinar, no es de fiar. Y al señorito Llorente, muchacho, menos batiditos, menos lechugas, y menos gilipolleces. Unas buenas lentejas con chorizo, una buena fabada con tocinaco, y un buen bocata panceta a media mañana. Tanta gilipollez y tanta historia, coño, para estar siempre luego lesionado. Me cago en mi puta vida …

 

ÁRBITRO:

De Burgos Bengoetxea. Es de lo poco salvable que hay hoy en día. Probablemente, mi árbitro favorito.

 

TERMÓMETRO ROJIBLANCO: (- 6 GRADOS).

Y bajando. En caída libre, vamos. 1 grado menos por no ser capaces ni de empatar en la puta Pocilga, y otro  grado menos por tampoco lograr hacerlo en el estercolero de Nervión. Como ven, la situación no es que sea ya grave, sino lo siguiente. Vamos rodando cuesta abajo sin freno ni desenfreno. Preocupante todo, muy preocupante. Palazo impresionante.

 

Acabo. Yo suelo decir siempre la misma frase cuando acabamos un encuentro con derrota, cuando veo a mis compis alicaídos, blasfemando en arameo, dándole vueltas sin parar al perolo... “Oigan … ¿Acaso alguno de los aquí presentes no vamos a seguir siguiendo del Atleti? … Pues eso … ¡DEL ATLETI SOY, Y TU ERES LA ALEGRÍA DE MI CORAZÓN”.

 

 

8 de diciembre de 2021

48 horas en la vida de un Atlético.

Miren que uno intenta a veces explicarse las cosas que le ocurren en esta vida, pero por más que siempre termine tropezando en la misma piedra, no termina uno de comprender nada. Porque nada es normal. Ni las cosas que le pasan a este equipo, ni las que se nos pasan por la cabeza, ni cómo, en tan solo 48 horas, uno puede pasar de sentirse el menda más absurdo del mundo, a convertirse en el rey de la más absurda felicidad.

 

Y es que a uno le cuesta mucho explicar lo vivido el pasado sábado en un partido de fútbol, del equipo que sea, cuando te enfrentas a un modesto Mallorca, y cómo esos mismos jugadores son incapaces apenas de aguantar 15 minutos un resultado a tu favor (hasta el hecho, inclusive, de ser remontado en su totalidad) para, a continuación, verse tocando el cielo de la forma más entusiasta posible, tras hacer una gesta de tal magnitud como la que el Atlético de Madrid hizo ayer (ya perdonarán los que nos quieren enseñar cómo debemos celebrar las cosas, y qué debemos de hacer realmente o no, me vayan en filita ordenada por dónde amargan los pepinos, me hacen ustedes el favor, atentamente).

 

Y, entiéndaseme bien, no hemos ganado nada. El Porto, siendo un equipazo como demostró ser durante buena parte del encuentro, ya me perdonarán de nuevo, pero pocas similitudes tiene al Mallorca del sábado pasado. Ni motivación, ni equipo, ni competición, ni grada a favor, ni grada en contra (porque lo de ayer de los 2500 desplazados es algo difícil de asimilar, el afán de protagonismo que alcanzaron, para bien, carallo, solo faltaba). Son 48 horas solo. 48 horas en la vida de un Atlético.

 

48 horas en las que uno se desplaza al Metropolitano, a pasar un frío siberiano, para poco después contemplar un partido fuera de casa, con lluvia, ambiente desapacible, estadio a muerte en contra de tu equipo, y, sin embargo, comprobar una vez más, que los tuyos, a morir, mueren (si es que lo hacen al final) con las botas puestas, con la cara partida (Vrsaljko), o sin defensas centrales (dios le de vista a quién planificó esta plantilla, vive Dios).

 

Uno, que es muy amante de esta Champions, no comprende tampoco cómo la peña no puede diferenciar el nivel futbolístico entre el partido que se jugó el pasado sábado (tostón infumable) contra otro como el que se disputó ayer (lleno de tensión, de emoción, de 2 equipos entregados hasta el límite de sus posibilidades, de tanganas, de expulsiones, de goles, de calidad, de otro nivel). Sé que la Champions no nos gusta a casi nadie, lo mismo que también conozco que nos termina siempre enganchando como al que más. Porque es otro mundo, otro nivel. Me gustaría escribiros otra cosa, pero es lo que hay. Nos podemos intentar engañar de la forma y manera que nos apetezca hacerlo, correcto. Pero es eso, un triste y simple “como no la puedo ganar, para qué voy a morir en el intento”. En un buen Atlético que se precie, eso será siempre un error conceptual grave. Los Atléticos entendemos de retos, de dificultades, y de superación. Nunca de bajar los brazos, ante nadie, ni ante nada. Este equipo ganó Copas del Rey al mejor Madrid de la historia cuando ellos coleccionaban robos en la Copa de Europa, fue su máximo rival siempre, y encima les solíamos sobar en los morros en su puto Santuario. Que no nos olvidemos jamás de quiénes fuimos, y de dónde venimos, háganme el favor. Que de cobardes (como yo, probablemente, a veces) ya anda el mundo lleno.

 

A mi me gustaría saber cómo en tan solo 48 horas, y cuando teníamos todo a favor y lo más difícil se había logrado, salgo desencantado pensando que Oblak se ha convertido en un simple buen portero más, para, a continuación, volver a ser nuestro Messi, nuestro número uno, nuestro bastión, casi diría, nuestro dogma de fe. Uno no sabe muy bien cómo ayer Jan pudo sacar los remates de Grujic, especialmente del bullicioso y excelente pelotero llamado Luis Díaz (mano de hierro sideral), de Taremi al comienzo de la segunda parte cuando Oblak se puso el disfraz de Lorenzo Rico y salvó como si nuestra leyenda rojiblanca balonmanístico se tratase, y dar esa sensación de poderío y tranquilidad que siempre transmitió. Dicho esto (y lo vengo repitiendo en bastantes más ocasiones), por favor, Jan, juega en corto con el balón en los pies, de verdad, no intentes más pasar del centro del campo. Es palmar el balón absurdamente. Qué desesperación, por Dios.

 

Uno no comprende el hundimiento del Atleti el sábado pasado, en cuanto Stefan Savic abandonó el terreno de juego, y, sin embargo, este martes, el pobre Kongogbia, que casi pasaba por allí, le toca ponerse el disfraz del más feote y desagradable defensa central y jefe del cotarro, y cumplir con la solvencia y profesionalidad que demostró, sin ser su puesto, ni mucho menos. Tampoco entiende su infrautilización, ya puestos.

 

Uno no comprende cómo tras después de unos 20 minutos más o menos correctos en Oporto, el equipo sabe sufrir ante el evidente crecimiento del rival tras conocer que el Milán había marcado frente al “Fuck Liverpool”, sabe ser solidario, sabe aguantar el chaparrón de un equipo como ayer el portugués, por momentos sencillamente indomable, y no tiene los cojones de cerrar un partido en los que quedan apenas un cuarto de hora, en tu puñetera casa, y frente al dichoso Mallorca.

 

Tampoco termina de cuadrarme ver a Luis Suárez retirarse a los apenas 10 minutos de juego por una rotura muscular, llorando como si se estuviese perdiéndose la final de un mundial, cuando es un tipo que ha jugado ya todo tipo de partidos, de finales, de muertes súbitas, estando siempre en la élite mundial, con los mejores y frente a los mejores. Esa ilusión tuya, Hermano Uruguayo, esa ilusión, debería de ser fuente de inspiración para todo buen pelotero que se quiera dedicar a esto que se precie.

 

Más aún enfadado ando con el Cholo, porque no termino de verle claro qué es lo que quiere hacer con el equipo en realidad. Esas desconexiones regionales en las primeras partes, esos desaguisados que monta últimamente con los dichosos cambios (parece mentira que no se dé cuenta de que hasta que un encuentro no esté cerrado, De Paul no se puede ir del terreno de juego pero JAMÁS, en cuanto lo hace, el descalabro es total). Eso, por no hablar de quitar a un tipo como Cunha, que estaba siendo letal de necesidad, también con el partido con 0-1, y cuando era una auténtica pesadilla para la defensa portuguesa, y, a su vez, ya salía desde el banquillo. Eso no me gusta nada, Don Diego Pablo. Pero nada. Y miren, ya puestos a darle palos, tampoco me termina de cuadrar en exceso como Joao Félix no jugó ayer en su país, en un campo en el que le odian a muerte, con la motivación que para el chaval dicha circunstancia le podía haber dado, con el consiguiente beneficio de cara al futuro que hubiese sido para nuestro Atleti, de haberle salido un partido medio decente, claro. Y saben que no soy dudoso ni lo seré jamás con Don Diego Pablo, pero por favor, de pronto con la tecla de lo que quiere realmente hacer con este equipo, tenga claro pronto el sistema a emplear, y no se me vuelva loco con los putos cambios, caramba, que a veces no hay, sencillamente por qué hacerlos. No me cree más desaguisados ni desbarajustes como, especialmente, hizo el pasado sábado frente al Mallorca. Soldado de usted siempre, y para lo que necesite, mi garganta siempre le apoyará. Solo le pido que se tranquilice un poco, nada más.

 

Qué decir del dorsal número ocho. Os lo vengo diciendo muchas veces, no es un menda en el que se note su presencia durante los 90 minutos, ni mucho menos. Es un tipo peculiar, de instantes, de momentos. Probablemente, cuando más veas al Atleti sufrir, el más estará con su sonrisa de niño jugueteando en la guardería, a su puta bola, aunque luego el pibe sea sacrificado como el que más y si tiene que jugar los minutos finales como sufrido lateral, pues lo hace, y fuera. Él es así, aparece en la segunda parte, como si estuviese sin estar, pero, qué curioso, más desmarcado que nadie, más listo que el hambre, le da el balón más que remata él en sí mismo, y pone el 0-1 en el marcador comenzada la segunda parte. Y todo esto, por no hablar del maravilloso que pase que le da al no menos adorable Angelito Correa, para dejarle solo en carrera ante Joao Pinto, y cruzase con maestría el 0-2 definitorio. O para darle otro gol previo a Koke que vaya usted a saber qué diablos quiso hacer el vallecano, rematando con una pintoresca ruleta cuando se me ocurrían otras 300.000 mil cosas más lógicas que hacer con el balón. Por principios, por fidelidad a  mis Hermanos (que no me lo iban a perdonar jamás), seguiré sin nombrar su nombre en mis crónicas, pero, sinceramente, uno que ya tiene una edad en la que, precisamente, estos rollos de la infidelidad, ni la falta de principios, ni de romanticismos absurdos que, al final, no nos terminan llevando a nada, no es lo que me pide el cuerpo hacer en realidad. Llevo una vuelta más por encima de todos ustedes. Ya cumplirán más de 50 palos, y comprenderán mi pragmatismo en todo este asunto y de qué pollas les ando hablando.

 

Y fenomenal De Paul. Y fantástico Llorente. Y Carrasco se ha convertido en nuestro desequilibrado mental de turno, sí, pero eso. Nuestro. Uno más, ya. Y qué decir. Y qué pensar. Y cómo vivir. Y qué manera de emocionarme oyendo ayer a los 2500 en la tele como si fuesen 50.000 mil. Y qué manera de superar lo que parece insuperable. Y qué manera de cagarla cuando lo más sencillo es cerrar un partido y se acabó. Y todo esto, en 48 horas. En 2 putos días en los que el Termómetro Rojiblanco en Liga ya está en -4 grados, por cierto (3 grados nuevos de bajada, descorazonador lo del sábado, sencillamente desalentador).

 

Yo ya no sé si soy un buen Atlético o me estoy convirtiendo en qué se yo. No tengo claro muy bien en qué bando ando. Por un lado, hubiese marchado a Oporto sin dudarlo, importándome un bledo el resultado del Mallorca. Por otro, reconozco que ayer contemplé el encuentro con una absurda falta de fe e, inclusive, hasta de ganas. Luego ya sí, luego ya fue otra cosa. Pero eso es lo fácil. Y a mi no me vale ser así. Tengo que tener la fe de mi cachorrín, el entusiasmo de Don Rubio, la fidelidad inquebrantable del Sr. Mármol, el no dejar nunca de estar cómo lo hace Don Pablo Raso. El aprender, en definitiva, y saber en qué bando quiero estar, y en qué bando seguir. A lo único que sigue sin ganarme nadie, eso es cierto, es a dejarme el último aliento de mi voz cuando voy al campo. Pero eso ya ni me vale, ni me consuela, ni me debo de escudar en ello. Pero no quiero joder el día a nadie, y menos después de lo de ayer. Ya pondré en orden mi cabecita, probablemente, coincidirá en cuanto Don Diego Pablo ponga en orden la suya con lo que quiere hacer con este Atleti en la presente temporada.

 

Por todos los demás, seguiré dando gracias a Dios por ser de este equipo, porque por mucho que gruña, que me enfade, que la señora de la limpieza me desconecte los cables, por más veces que quiera mandar todo a la mierda, sé que al final, volveré. Son ya 47 años ya viviendo esto, y en el fondo, aquí sigo. Así que, el Domingo, todo el mundo al Despacho Clandestino, y no se hable más. “Por el Atleti, tengo un millón de cicatrices. Por el escudo. Por lo que nos diste. Te llevo en el corazón”.

 

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