Viajar. ¿A quién no le gusta viajar? Los hay de todo y para todos los gustos. Unos eligen destinos glamurosos, otros les mola la sencillez de un buen pueblo tranquilo, a algunos les va la playita, a otros la montaña. Los hay que les gusta el turismo de riesgo y aventuras, para ir a ver a amigos, familiares, conocidos, lugares exóticos, paradisiacos, y luego estamos al grupo que pertenezco yo: básicamente, no tenemos un puto duro y solo robamos y matamos por necesidad.
No quiero quitar ni un solo ápice ni de mérito ni considerarme más ni menos que nadie, pero, al menos en mi caso, con este último viaje realizado a Soria me ha servido para reafirmar mi teoría de que no por más lejos que te vayas o porque consideres dicho desplazamiento con más o menos valor deportivo, implica necesariamente que te lo vayas a pasar mejor. Ni muchísimo menos, vamos. Porque en este viaje me ha servido para recordar (aparte de que llevaba bastante sin hacerlo, cierto es) otra serie de valores que empezaban a estar en extinción en mi memoria: sentimiento, pasión, descubrir a una afición que estaba empezando a dar por perdida, con la consecuencia de creerme que el que sobraba comenzaba a ser yo, pero me da a mi que no. Que aún hay gente que respira a imagen y semejanza de cómo yo aprendí a amar a este Club. Porque este viaje ha servido para eso, para darme una sobredosis de autenticidad. Y, en los tiempos que hoy corren, Hermanos, esto sabe a gloria bendita.
A las 11 salía el bus de El Despacho Clandestino (muchísimas gracias a mi Peña Rock and Roll, y muy especialmente de todo corazón a Don Cris y al Señor Patrón). Llegamos un poco tarde, por las cosas siempre apasionantes del Sr. Marqués, a saber: “Marqués le estamos esperando”, “Marqués, cinco minutos más”, “Marqués, tic, tac, tic, tac”, “Marqués, nos vamos” … A lo que sigue la contestación de nuestro inefable Hermano en el guasap “¡Pero si llevo desde y cuarto aquí”, para luego continuar con que si estoy en la Puerta del Sur, del Norte o de Groenlandia. Añádanle que el Sr. Marqués no encuentra la llave del garaje, el Sr. Marqués no lleva dinero, para toda esta historia acabar encontrándote al menda corriendo por la Calle Muñoz Grandes arriba indicándome: “Mira, Tomi, que vengo corriendo y todo desde Móstoles”. Este menda, si no existiese, habría que inventarle. País.
El viaje prometía un montón, porque, aparte de ser la primera ocasión en la que lo hacía con mis Hermanos de Atleti de ahora, me servía también para encontrarme con muchas viejas glorias con las que hacía un siglo que no lo hacía (no me voy a liar a citar nombres, porque se me olvidará alguno, y luego eso me fastidia un montón, ellos saben quiénes son). Pero la primera sorpresa fue precisamente nada más llegar al Despacho. Ni un solo tipo esparramando por ahí, ni tomándose una triste birra, ni alborotando un poquito más de la cuenta. Todo Cristo sentadito en el bus, como si fuese una excursión de los Salesianos. El único que siguió el auténtico manual de Purasangre colchonero fue nuestro inefable Don Rubio, que allí andaba esperando, terciaco en mano, degustando su birreja como si no hubiese un ayer. Honor y gloria para él. Ahí me temí lo peor. ¿Dios mío, se pondrán a cantar ahora eso de “vamos de excursión, con la mochila y el bocata de jamón”. O quizás, “Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña”. No creo que osasen el altamente atrevido “El Señor conductor se marea, se marea, se marea”. País, parte II.
El trayecto en sí fue de lo más ameno y divertido. Me tocó en el asiento de al lado un Señor muy alto, fornido y alargado (frío no pasé ninguno, para qué os voy a engañar) y que iba conjuntado conmigo, pero al revés. Él llevaba la camiseta del Atleti de la época del mítico partido de Glasgow en tono rojo, y yo en tono en azul (vamos, que parecíamos Zipi y Zape, ole nuestra hombría). Y como todo este tipo de viajes, pasó más o menos lo esperado:
- Capo: “Tengo hambre” 11,30 h.
- Chaval del fondo del bus: “Por favor, para que me estoy orinando”. 11:40 h.
- Capo: “Joder, qué hambre tengo”. 11,45 h.
- Sr. Patriota: “Hace calor, baje la calefacción” 12:00”.
- Marqués, en Modo TomTom: “Mira, esto es Alcalá de Henares”. 12:15 h.
- Capo: “Chicos, ¿No tenéis vosotros hambre?”. 12: 20 h.
- Marqués Tom-Tom: “Alovera” 12:30 h.
- Otro: “¿Cuándo paramos?”. 12:35 h.
- Capo: “Estoy desmayado. Necesito comer”. 12:45 h.
- Marqués Tom-Tom: “Sigüenza (o Brihuega, o vaya usted a saber). ¡Qué bonito castillo tiene!” (ni rastro del puto castillo, para variar).
- Yo y mi compañero de bus: “Tengo sed, ¿Paramos ya?”.
Hasta que al fin llegó la primera, única y ansiada parada. Ni que decir tiene, nuestro Capo se metió un pincho de tortilla entre pecho y espalda que era más grande que un adoquín. Yo intenté probar un trozo de otro que tenían los hijos del Sr. Marqués (unos chavales sencillamente ejemplares y maravillosos, aparte de estar educados de forma y manera impoluta, segundo honor y gloria para ellos, y para los creadores de tal grandiosa obra), el cual, con mi destreza habitual, terminé echándome encima de mi camiseta acabando en el puto suelo, ante el descojone de los dos imberbes colchoneros en cuestión, el Sr. Marqués que se hace cargo del ticket de la cuenta, el Señor Patriota que se pira al baño y le mangan el terciaco (no había otro para levantárselo también el camarero al recoger, no, qué ojito tienen), el Señor Patriota que empieza con su discurso discrecional de que le han robado el tercio en cuestión, se conforma con un botellín por la cara, y subida al bus con más viveza de lo habitual, al comprobar que el ínclito Marqués nos confiesa que él no sabe pagar a través de ticket. Por cierto, “discrecional”, ¿De qué se me ha venido a mi a la cabeza ahora? Imagino que no tendrá nada que ver las veces que nos dijo el dichoso Señor Marqués que este autobús era “discrecional”, en medio de su simpática carcajada (asunto al cual creo que aún sigo dándole vueltas al tema en dónde carajo se encuentra la dichosa gracia, ya caeré algún día, no desesperaré, va).
El Sr. Patriota que se nos emociona, que empieza a gritar “Diodón” a cada cinco minutos de nuestra llegada a Soria, mi cachorrín que a los diez minutos volvía a indicarnos que tenía hambre de nuevo, y aquí paz, y después gloria, bienvenidos a Soria.
Obviamente, según va transcurriendo el discurrir de está crónica, me cuesta un poco más acordarme de más detalles para comentaros, pero bueno, el ambiente fue fantástico de verdad, la camaradería, las cervezas, los torreznos y los cánticos Atléticos se adueñaron de la dicha plaza. La cosa comenzó con un apasionado brindis con mi compañero de viaje ¿Conclusión? Yo acabé algo salpicado de vino, él con buena parte del que quedaba, y el resto, en la chupa de mi hambriento cachorrín, que pasaba por allí (suele pasar). Si es que …
Posteriormente, unas simpáticas lugareñas que parecían tener unas poquitas de ganas de guerra (y joder cómo aguantaron y soplaron las pibas, honor y gloria para ellas, que eran bien simpáticas!), claro que, para ganas de guerra con todo bicho viviente con faldas que apareciese en su radar … Si. ¿Adivinan quién? El genuino a la par que excepcional Señor Marqués de nuevo, el cual creó un efecto insecticida sin parangón en el mundo actual: grupo de mujeres al que se acercaba, grupo de hembras al que espantaba. Para todo lo demás, pilló una bolsa que había suelta por ahí de algún pobre desgraciado que se dejó los vasos, el vino y la coca-cola para hacerse el calimocho de rigor, tuvo, eso sí, la delicadeza de engañar a un espléndido jovenzuelo seguidor del Atleti que viajó con nuestra peña (iba solo pero el menda iba tan campante, me recordó a mis tiempos mozos) a que fuese al bar a por hielos, y el chaval se los consiguió. Y, ni corto ni perezoso, ahí se puso el Sr. Marqués en modo “Barman con clase”, sirvió e invito a toda moza viviente de tan infame brebaje. Como, sorprendentemente, vimos que a pesar de semejante espectáculo tan indescriptible, podía llegar a tener éxito con el señor Marqués ligándose al final a alguna jovenzuela y todo, se utilizó emplear a los hijos del Señor Patriota como eficaz, a la par que mortal, arma arrojadiza cuan cuchillo clavado en el cuello se tratase, interrumpiendo la afable conversación del ínclito Bar-man y otras cosas que meter, en plena laboro, con un “papá, papá, mamá te está llamando”. Resultado cien por cien garantizado: las tías huyeron despavoridas.
Después, y ya más cociditos en cuestión, al Señor Patriota le dio por querer colgar la bandera que portaba en uno de los Toldos que había en la plaza. En muchos momentos, pensé que el efecto dominó se podía cumplir por instantes: no solo tiraría en el que estaba intentando sujetarla. Efectivamente, corrían riesgo, a su vez, todo el resto de todos que adornaban la plaza por completo. Como caiga uno, caen todos. Menos mal que ahí quedó la cosa.
Y luego ya vino el corteo, espectacular como si de un mismísimo derbi en la pocilga se tratase. Emocionante, muy emocionante volver a revivir toda aquella época de cascos, de chalecos, de bengalas, de botes de humo y de marchas brutales desde la Plaza de Castilla. Yo creo que daría un brazo por revivir todo aquello, pero mira, no. Que lo del sábado estuvo cojonudo, pero cojonudo de verdad. Me quedo con mi brazo, que si con dos ya tiro cosas, imagínenme solo con uno.
Cuando ya parecía que íbamos a entrar al campo, nuevo problema surge: hay un tapón de la hostia de peña por la puerta que teníamos que acceder, el partido comenzaba y eso no se movía ni aunque Putin hubiese arrojado un puto misil de esos que tiene. Una puta vergüenza, la verdad.
Así es que, entre los alaridos algo descontrolados, a la par que sumamente justificados del cabreo descomunal de nuestro Señor Patriota favorito, decidimos emprender camino hacia otra puerta adyacente. Sinceramente, la poli no andaba muy por la labor de dejarnos entrar, pero pillé a sus críos de la mano, y convencí con un enternecedor discurso tanto al madero como al de la puerta indicándoles algo así como: “Mirad los pobre chavales como están, que vienen desde Madrid, con toda la ilusión del mundo, es su primer desplazamiento” … El chantaje emocional nunca suele fallar tampoco. Las miradas amenazantes del Patriota, menos.
Del partido en sí, deportivamente hablando, nada que reprochar a nadie. Encuentro muy bien disputado por nuestro Atleti, con la seriedad y la ilusión que les transmitimos desde la grada a la muchachada, el Almazán que fue un rival mucho más que digno, el Cholo que vuelve a ser nuestro Don Diego Pablo Simeone, y las iras, al fin, a dónde más les duele a los delincuentes del palco. Un guión perfecto, eliminatoria solventada, Soria conquistada.
Viaje de vuelta tan coñazo y sumamente tan cansado como cualquier otro que hayamos hecho, y domingo de relax como jamás nunca hubiese imaginado. Me vi el partido otra vez entero (o lo vi por primera vez en realidad), dormí a pierna suelta, y cuando me levantaba para algo, iba como levitando por el pasillo de mi casa, y todo fue porque un maravilloso estado de pertenencia había vuelto a apoderarse de mí: el hecho de ser, seguir y emborracharme de la felicidad más plena y absoluta que tengo en esta vida, y que no es otra que esta: ser del Atlético de Madrid.