Carabanchel, a 4 de Mayo del 2016.
Buenos días, mi querido Karl-Heinz Rummenigge. ¿Qué tal se encuentra usted? Imagino que bien, no como yo, que ando completamente agotado después de tanta tensión acumulada. Ante todo, le quiero expresar mi admiración que tengo por usted de su etapa de jugador. Sin lugar a dudas, siempre ha sido uno de mis delanteros favoritos. Solamente decir su nombre era sinónimo de acojonamiento para cualquier rival que tuviese usted enfrente. Era usted un tipo rápido, incisivo, hábil. Un auténtico puñal directo al corazón. Como pelotero, francamente, de lo mejor que uno ha visto sobre el terreno de juego. Lástima, eso sí, que su lengua sea también otro machetazo que, cuando la suelta a pasear, sirve para menospreciar e infravalorar a rivales que, ya sé, no tenemos ni su glamour, ni su potencial económico, pero que también tenemos nuestros valores, los cuales, imagino, habrá usted sabido valorar en esta eliminatoria tan tremenda y disputada que hemos disputado ambas escuadras. Así somos.
Lo primero, felicitarle por el partido de ayer. Demostraron lo que son, el Bayern, un equipo capaz de remontar a cualquiera. Una panda de alemanotes (y asimilados) de cabeza cuadrada, que, en su casa, no paran de dominar, de achuchar y, por momentos, de agobiar al contrario, hasta el punto de que a uno le dan ganas de quitar la televisión porque no hay Cristo humano que aguante tal grado de presión sobre tu portería. A uno que no sea del Atleti, obviamente. Así somos.
Es cierto que en la primera parte fueron ustedes auténticos y casi únicos protagonistas del encuentro. Dominadores totales, dieron una exhibición de presión, de juego en banda, de dominio del juego aéreo y del balón parado. Nos superaron en todo, menos en una cosa: en corazón. Aguantamos estoicamente las ocasiones de Levandowski (este tío ha nacido para jugar en el Madrid, que se lo digo yo), del inquietante Ribery, del todopoderoso Vidal, del pequeño gran hombre de Lahm. Si encima, a los 29 minutos de juego, un muy desafortunado ayer Augusto comete una absurda falta al borde del área, y ésta les sirve para adelantarse en el marcador tras zapatazo de Xabi Alonso, que se le cuela por entre las piernas a Giménez y desvía lo justo para que Oblak no pueda hacer nada por evitar el tanto, el guión del encuentro para nosotros empezaba a tener tintes de película de terror. Para colmo, tan solo 4 minutos más tarde, Giménez decide bailarse un chotis con Javi Martínez (dentro del área, malo), y claro, el árbitro lo vio. Penalti incontestable que tira Muller, pero que el tal tal Oblak, nuestro portero, hombre que seguramente ya le empiece a sonar su nombre después del inmenso partido que se marcó ayer, logró despejar. Y si el rebote le cae Lewandowski, o a Xabi Alonso, o a usted mismo, pues nada, otro paradón que echarse a la boca y a seguir de pie en pleno bombardeo. Y es que a nuestro portero le encanta el olor a napal por las mañanas, ¿Sabe? El maravilloso personaje que interpreta Robert Duvall en Apocalypsis Now se inspiró en él. O en un tipo muy parecido. Así somos.
Después vino la segunda parte, y el Cholo, si, ese hombre que tanto desprecia y que tan poquito le gusta el fútbol que practica, decidió quitar a nuestro Emperador Augusto y sacar al terreno de juego a Carrasco. El belga, obviamente, puede (y digo solo puede, no se me moleste usted, mi querido Karl-Heinz) que sea un jugador de su agrado. Es de los que no se esconden, buscan siempre al rival, protege bien el balón y es peligroso en ataque como él solo. Así, a los 8 minutos de esta segunda parte, uno de nuestros canteranos, Koke, inicia una contra echándole el balón a Fernando Torres (otro de nuestros canteranos), éste le pone un balón en profundidad a Griezmann, este se sube a la Ducati, como buen francés que es, se despide antes dándoles dos besitos, uno para Álaba, otro para Javi Martínez, pisa el acelerador y anota el empate en el marcador. Un contragolpe de enmarcar. Puede que no le guste tanto como su fútbol perfumado, pero no me negará que es efectivo, preciso, conciso y claro. Contragolpe que le llaman por ahí, como usted bien sabe. Así somos.
Y aunque ustedes son muy buenos, claro está, acusaron el golpe, porque, aunque se creen por encima del bien y del mal, son humanos, mal que le pese. Nosotros también, no lo crea, pero, a diferencia de ustedes, respetamos al máximo a nuestros rivales e, igual que jamás nos damos por vencido, tampoco nos creemos que ya tenemos todo hecho, por mucha ventaja que tengamos. Quizás esa humildad basada en el trabajo y en el esfuerzo diario hizo que supiésemos aguantar como jabatos ese cuarto de hora final, en el que ustedes, como gran equipo que son, lograron anotar el 2-1 cuando Vidal se zampó con patatas a Filipe Luis de poderoso salto de cabeza, cediendo el balón a Lewandowski para que el polaco anotase el 2-1 a favor. La cosa ponía los pelos como escarpias, pero supimos aguantar. Así somos.
El Atleti, ese ese cuarto de hora final, parecía que había pisado un enjambre de abejas rojas enfurecidas, y lo pasó mal, francamente mal. Pero tenemos callo en el alma, sabemos caminar y correr inclusive con el corazón en la garganta, que fue el que nos puso nuestro Niño Torres cuando, a falta 8 minutos, desperdició la pena máxima con la que su equipo fue castigado tras zancadilla justo en la línea del área que derribó al propio Fernando. Volvimos, pues, a bajar del tobogán, pero así es nuestra vida, señor Rumennige. Un continuo tobogán de subidas y bajadas. Todo lo basamos en nuestros valores, en toneladas de ilusión, en fe ciega en nuestro trabajo (guste más o menos, cuánto lo siento, señor Karl-Heinz), en una afición tan incansable como numerosa (como bien le demostró ayer acallando en muchos instantes su imperial estadio), y en las doctrinas y enseñanzas de nuestro auténtico Maestro de fe, nuestro profeta, nuestro evangelizador rojiblanco que hace que cada día el ser de este equipo sea más una religión que una simple afición por unos colores. Le hablo, por supuesto, de Don Diego Pablo Simeone. Hágame caso, aunque usted le vea como el mismísimo diablo, no lo es. Eso sí, jamás se esconde, estudia como nadie a sus rivales, y sabe cómo y cuándo doblegarles. Es un auténtico genio, un hombre que ya ha ganado casi todo con nosotros, que nos ya nos metió hace dos años en toda una final de Champions, y que no va a parar hasta conquistar ese título que ustedes, nada menos que tienen ya 5, y que queremos la primera con el mismo deseo y ahínco que demostramos en el terreno de juego. Eso, y un pedazo de grupo de excelentes peloteros comprometidos y entregados a la causa como el que más. Hemos hecho del sufrimiento nuestro dogma de fe. Y lo aguantamos estoicamente sin pestañear. No engañamos a nadie, aquí el que se enfunda la rojiblanca y se empapa de este sentimiento, sabe perfectamente a lo que viene. Así somos.
Siento mucho su eliminación, y le deseo suerte de cara a un futuro no muy lejano (o más bien lejano, vista su pataleta final después del partido con el árbitro, que mal perder que tiene, por Dios, no me extraña que les comparen con cierto equipo de la capital de aquí). Y piense que para llegar a la gran final de Milán, hemos tenido que dejar fuera al campeón holandés (si, ya sé, muy poco glamuroso para su excelsa vista), al español (ese sí que no es moco de pavo, no me negará) y a ustedes mismos. Espero que haya aprendido la lección. Los millones están muy bien, pero yo me quedo con el “si se cree, y se trabaja, se puede”. Respétenos un poco. Con eso me conformo. Que pase usted un excelente día. Y recuerde para la próxima: así somos.
Fdo.: Tomás Rodríguez.
Alegre, dicharachero y sufridor socio nº 1556 del Club Atlético de Madrid.