De primeras, quiero aclarar que
lo que aquí os voy a contar ahora es solamente un pequeño resumen de lo vivido
por mi en el desarrollo del Camino Lebaniego. No pretende ser (ni es, de
hecho), ningún tipo de guía, sentencia y demás. Cada persona somos un mundo, y
cada cual gobierna, se maneja y conoce a su propio antojo y conveniencia, vive
y expresa sus sentimientos como encaje en su forma de ser y fuera. No es una
cuestión de ser más o menos que nadie. No traten de buscar moralina
alguna, porque no la tiene. Léanlo como un simple relato más, si les apetece.
Que no tiene más misterio el asunto.
1ª
Etapa. San Vicente de la Barquera-Cades. (27,47 Km.) La ilusión.
Probablemente, la etapa que más
disfruté de todas. Relativamente fácil de hacer, aunque el final tuvo también
su aquel, y personalmente llegué bastante tocadito. Cómo no, la cosa empezó por
ir a que nos sellasen la credencial en el albergue de San Vicente de la
Barquera, que estaba, cómo no, en lo más alto de lo más alto del Universo
mundial (para ir abriendo boca y tal). Después ya continuamos el camino con
normalidad. Hicimos una primera parada para despojarnos de ropa (tiempo
espléndido dónde los haya durante todo el Camino, por cierto), y una vez bien
reanudada la marcha, Don Pablo se da cuenta de que se dejó la Picaya en dónde
paramos (no sería la única vez que pasaría, aunque no fuese precisamente a él).
Tuvo que volver el hombre a todo trote, y volver a subir lo que, de hecho, ya
habíamos hecho (menos mal que pertenece a la generación de Duracell, y este
hombre puede con todo).
A continuación vimos una de las
joyas de la corona en el Camino, como fue el pueblo de Muñorrodero, si no me
equivoco. Un pasote total de sitio, que más parecía recreado para realizar un
cuento de Navidad que otra cosa. Llegamos después a una especie de parque
infantil (tirolina incluida, qué poquito faltó para ver a Doña Bea subida en
ella), y empezamos la senda fluvial que es una auténtica pasada, yendo
paralelamente por el río, sorteando obstáculos en ocasiones como si se tratase
de un entrenamiento de los GEOS inclusive, teniendo que cruzar de vez en cuando
el mismo. Tuvimos que salvar en un acto heroico por mi parte la Picaya del
Patrón, que se cayó al río al intentar cedérsela a Doña Bea, para que pudiese
pasar mejor. Comprobamos mi habilidad especial para poder cruzar dichos ríos a
través de las piedras, debido a mi celestial número de pinrel que uso (un 46 es
lo que tiene, que da una estabilidad y seguridad cojonuda para meternos en
estas historias). Hubo obstáculos de todo tipo, incluido también alguna
rama de árbol caída en medio, que mientras algunos decidieron pasar por debajo
de la misma, yo me puse en plan Hércules y la levanté por encima de mis
hombros, que no era cuestión de andar quitándome y poniéndome la puta mochila
cada 5 segundos.
Descubrimos también que el
problema de la Natalidad en Cantabria está completamente controlado, ya que nos
cruzamos con una excursión de no menos 300 niños por lo menos (ojo, que no
exagero) de lo más pintoresca y variopinta que se pueda uno imaginar. Niños
enfurruñados, niños cansados, niños descontrolados, niñas pijas indicándose que
“era la peor excursión que he hecho en mi vida, te lo juro, tía” (acento
pijoidal incluido), niñas encantadoras que te saludaban y te daban los buenos
días con una sonrisa enorme en la boca, niños que te chocaban la mano,
niños papeando como si no hubiese un mañana … En fin. La vida vida misma.
Hasta que ya por fin llegamos a
Cades, personalmente con la lengua fuera, y ya con las primeras señales de
agotamiento total por parte del que esto os escribe (aparte de que me temo nos
perdimos un poquito y tal, y para acortar, tuvimos que atravesar un prado campo
a través). Y, cómo no, para entrar al albergue al final había que subir otras
tropecientas escaleras más, no sea que no lleguemos bien cansados del todo, la
madre que …
Llegamos al susodicho albergue
(que estaba de puta madre), duchita de rigor, cervecita en la terraza de fuera
que supo a gloria bendita, cigarrito aún más glorioso si cabe, más allá
de la curiosidad surgió el amor entre Doña Bea y un gatito que era un pasote
total llamado Michi (absténgase gentuza pensando en cosas raras), Don Pablo que
nos sorprende con un “pues yo ahora me hacía otros 15 Km. más tranquilamente,
vamos"), cenamos un cocidito y una extraordinaria ensalada que nos tenían
preparados ya, conocimos a Patricia (que, a la postre, se apuntó posteriormente
a la segunda etapa con nosotros, por cierto, andaba haciendo el camino
sola, porque sus colegas la habían dejado tirada a última hora, ole sus
ovarios, si señora), a otra pareja de mujeres que, según Doña Bea, cuando
hablaban de ellas mismas utilizaban el género masculino (¿?), otra ukraniana
que también iba a su puta bola y demás, y a las 21,30 ya todo quisqui en la
piltra, que mañana toca etapa reina, pero de verdad.
2ª
Etapa. Cades-Cabañes (30,6 Km.). La vida.
Todo lo que pasé durante el
desarrollo de esta etapa fue como un pequeño resumen de mi vida. A pesar del
cansancio del día anterior, recuperé cantidad de bien, hasta el punto de que,
en las primeros tramos asfaltados, y a pesar de ser con un peralte de altura
sencillamente, por momentos, indomable, logré mantener un buen ritmo hasta que
llegamos a Cicera (creo recordar, que yo para los nombrecitos...) Ahí hicimos una pequeña parada técnica para tomar un Aquarius y
demás, y a partir de ese instante (yo creo que llevaríamos unos 17 km. más o
menos), empezó mi auténtico aprendizaje en estas lides, comenzando a subir una
montaña interminable que subía, y subía, y subía, y volvía a subir, y no
terminaba uno de vez el final de aquello, todo aderezado con un dolor, por
momentos, insoportable, del pie izquierdo, que me hizo aún más la subida
insoportable si se tercia. Para colmo, el día anterior, al acabar mi primera
etapa, me di cuenta de que mi mochila se había roto en su cinta del lado derecho.
Aguantaba, sí, pero decidí no quitármela y ponérmela en exceso, porque cada vez
que lo hacía, una barra metálica de esas que tienen para la sujeción en la
espalda aparecía atravesando la misma. Y uno ya empieza a pensar en todo.
Cada vez me descuelgo más y más, cada paso que doy me cuesta más, ya que está
todo lleno de piedras (algunas mojadas y resbaladizas) y tengo que medir muy
bien los mismos, porque el colmo, claro, ya es caer lesionado y quedarte en
medio de toda la montaña.
De vez en cuando, paro un poco
para tomar el aire de dónde apenas lo encontraba, y miraba, eso sí, entre
asustado e impresionado el esplendor de los Picos de Europa, que me observaban
con todo su poderío y hasta a veces, intuía hasta de forma desafiante. Y seguía
subiendo, y seguía subiendo, pero iba sufriendo tanto que hasta ya empecé a ver
visiones y todo. Parecía que ya veía una carretera, pero no, era otra roca. Más
adelante, me creía que, al fin, veía una furgoneta y todo, pero no, era otra
puñetera roca. Echaba la mirada al frente y no veía más un interminable camino
de piedras que no dejaba aún de subir. Los kilómetros apenas sumaban. La
dificultad aumentaba. Momentos de desesperación, de rabia contenida, a veces
hasta a punto de ponerme a llorar, pero, al mismo tiempo, cuando veía que
decaía en exceso, me decía que no, que siguiera, que pensara en lo bien que me
lo había pasado el día anterior tomando el par de cerves con mis Herman@s al acabar la primera etapa. Y
seguía hacia adelante, hasta que al fin, vislumbre un pequeño descampado verde,
oí voces, y allí vi a mis compañeros de fatiga esperándome. No supe si ponerme
a llorar, a reír, o a qué se yo. Pensé que, por fin, lo más duro había pasado.
Y puede que así fuera, pero no. No, desde luego, en mi caso.
La bajada pensé que sería más
sencilla, y al principio, sí que fue un pequeño alivio. Pero claro, era tan
pronunciada la misma, que tenía que ir también con pies de plomo, porque si
intentaba acelerar un poco, terminaría rodando como una puta pelota hacia Dios
sepa dónde. Como yo seguía con mi ritmo, por momentos, deleznable, lógicamente,
los compis de peregrinación echaron hacia adelante, y nos citamos de nuevo en
¿Lebeña, quizás? El caso es que por fin, después de una interminable y
sufridísima bajada, aparecieron 2 pueblos … ¡Sin el cartel del nombre
puesto! Evidentemente, me cagué todo lo que se menea, no veía a éstos por
ningún lado, y cuando ya me disponía a llamar al Patrón, para ver dónde se
encontraban en realidad, aparecieron 2 peregrinos de no sé dónde, les pregunté
por el nombre del pueblo, me confirmaron que estaba en el correcto, y que
seguramente mis amigos estarían un poquito más abajo, que había una iglesia.
Fue tal la emoción, que me puse la mochila a todo trapo, empecé a bajar todo contento,
pero … ¡Maldición! Me falta algo. Me falta algo en los brazos … ¡Hostias! Mi
mejor amiga en la Montaña, la imprescindible Picaya. Joder, a subir otra vez a
por ella, y volver a bajar, hasta que al fin los vi. Ya solo quedaba el tramo
final. Un tramo final, por momentos, aterrador para mi.
Había dos opciones: hacerlo por
asfalto (mucho más coñazo, obvio) o realizarlo a través del río (muy duro, pero
acortábamos la distancia final hasta el albergue). Como no podía ser de otra forma, decidimos la segunda
opción. Y todo empezó como acabó. De nuevo me descolgué por completo y me
encontré con un tramo, por momentos, yo diría que impracticable hasta
para las cabras montesas. Otra vez cuesta va, cuesta viene. Sin final. Cada vez
más cansado. Cada vez peor. Cada vez con más puta sed (y sin agua). Cada vez
con más ganas de llorar (aunque no vertí ni una puta lágrima). Cada vez más
desesperado, con más idea de sacar el saco, tirarme por dónde fuera y mañana
será otro día. Y seguía andando, y seguía sufriendo, y me seguía doliendo el
pie, y me resbalé un par de ocasiones y me desesperaba, y me intentaba
ilusionar pensando que ya quedaría menos, y justo, cuando ya estaba apenas sin
fuerzas, caminando espantosamente mal, parándome cada 2x3 para tomar un respiro que nunca era suficiente, apareció un tipo con el pelo blanco,
camiseta con escudo del Atleti y con una botella de agua, que me la llenó del
río, sació mi sed por completo, me dio todos los ánimos del mundo posibles y
más, y ya no me dejó hasta el final de etapa. Ese amigo en la carrera. Ese que
nunca te va a dejar bajo ninguna circunstancia. Ese que te saca cuando más en
el fango se ve uno en esta puñetera a la par que maravillosa vida. Ese Amigo.
Ya llegando, decidimos mal el
último desvío que había que realizar, y nos alejamos más del albergue que nos
acercamos. Daba igual. Esto ya esta hecho. Lo había conseguido. Don Pablo
preguntó a un lugañero por el mismo, y nos dijo que, efectivamente, pillamos el
desvío mal, pero que estaba muy cerca, y que si queriamos, nos acercaba él en
coche directamente. El Patrón dijo que no, y oigan, yo, después de lo que había
hecho él por mi antes, no iba a dejarle solo en dicho tramo final, así que,
como ya ni sentía ni padecía, tiré con él hasta llegar a nuestro destino, el cual, a
su vez, no hacían más que aparecer carteles indicando que ya llegábamos, pero
no terminaba nunca de encontrarse (albergue por aquí, albergue por allá, pero ni rastro final, oigan). Hasta me metí en una casa particular y todo
en la que vi mucha gente, pensando que era el dichoso albergue, pero nada, que no
había forma. Pero todo tiene su fin, y llegué, lo conseguí. No sabía si meterme directamente
en la cama, irme a un baño a llorar desconsoladamente, o qué cojones, disfrutar
del puto momento, que tanto me había costado. Por supuesto, decidí esto último.
Una cervecita, un par de cigarros, unos buenos macarrones y unos filetes de
lomo que me supieron a gloria bendita para cenar, duchaza espectacular y
reconfortante a tope, y a sobar, que lo más chungo había pasado. Y hasta me
costó dormirme, pero ojo, no por falta de cansancio precisamente, sino porque
me pareció todo tan asombrosamente parecido con el desarrollo que ha tenido mi vida
hasta la fecha, que no dejé de darle vueltas al perolo. Y saqué esa conclusión final: por mucho que padezca uno en la
vida, con voluntad, con valor, con cojones, y con un amigo que siempre aparezca
dándote ese último empujón cuando crees que ya no queda nada para dar, se sale
hacia adelante.
3ª
Etapa. Cabañes-Monasterio Santo Toribio de Liébana. Día de fiesta.
Como no podía ser de otra forma,
el último día se convirtió en un auténtico día de fiesta y emoción total. Etapa
mucho más corta, casi toda bajada (aunque comienzo y final en alto, más un
tramito intermedio ya en Potes cuesta arriba nada desdeñable tampoco), casi todo por terreno
medio “civilizado”. Uno va ya con una sonrisa en la boca, saboreando cada paso
que va dando hasta llegar al Monasterio de Santo Toribio de Liébana. Paramos ya
al final en la Casa del Patrón, dejamos mochila y nos cambiamos de calzado,
hasta completar la última subida final (esta vez sí que sí). Una vez entré en
la Iglesia, reconozco que andaba emocionado perdido, viendo también la bandera
de nuestro Nacho estando dentro de la misma capilla como un feligrés más.
Escuchamos la homilía, dedicada a los Peregrinos principalmente, tuvimos luego
el honor de tocar la Santa Cruz, y uno, personalmente, salió de allí con una
sensación de estar purificado del todo. Como si me hubiesen hecho un trasplante
de sangre, de cerebro, y hasta de corazón. Una persona nueva, diferente, mucho
más segura de sí mismo, con plena confianza y desbordando fe por los cuatro
costados.
Ya después bajamos al pueblo,
cañeo gratificante de rigor, cocidaco Lebaniego sumun, todo regado con un
excelente Rioja que nos recomendó Doña Bea, chupito Lebaniego que sacó el
servidor de Dios y ustedes al camareta, y copeo final hasta eso de las 00 h.,
en las que ya subimos los 3 completamente embriagados de felicidad, cantando
canciones del Frente, del Atleti y de la madre que nos parió. Una experiencia
sencillamente inolvidable.
PALABRAS CLAVE
Picaya.
Ese objeto que me ofrecía
amablemente el Patrón antes de comenzar la 1ª Etapa, y que tanto eché de menos
en el transcurso de la misma posteriormente, por chulito, por tonto y por
melón. Buena parte del dolor que tuve durante el resto del Camino en el pie
izquierdo fue por no haberla tenido ahí. Ya le dije que la próxima vez que me
la ofreciera, si le indicaba que no la quería, me la metiese por el culo en
plan pincho moruno y que me saliese por la boca, a ver si así vamos espabilando
un poquito, carallo (en el resto de etapas me la cedió, y si no es por la
misma, no termino ni de puto cachondeo, vamos).
La
última Cuesta.
No hagáis caso de nadie que os
indique que ya hemos pasado la última cuesta. Desconfiad por completo, porque
no es así. Quedarán más. Y puede que hasta unas cuántas más.
Dos
kilómetros.
Otra gran mentira como otra
cualquiera. Más de una vez os indicarán que quedan solo “2 kilómetros”.
Mentira. Y si quedan realmente, se os pasarán como si estuvieseis andando
durante 2 siglos seguidos. Por Dios, qué cruz.
Herman@s
de Camino.
Por supuesto, no puedo acabar
este post sin agradecer lo mucho, tanto y tan bien como me he sentido y me han
tratado Doña Bea y Don Pablo. Con Bea nos andamos conociendo, pero ya es una
Hermana más de grada, con la que sé que puedo contar incondicionalmente para lo
que sea menester (al igual que ella conmigo). De Don Pablo qué queréis que os
diga: son muchos años ya, unas cuantas vivencias, el vínculo que tenemos de
unión por el Atleti es sencillamente intocable, y eso ya no los va a cambiar ni
Dios, a la par de la amistad que nos une. Pues bien, si todo esto les parece
poco, hay que añadir un sentimiento final. Somos Hermanos también de Camino, lo
cual se ha convertido en un vínculo ya Sagrado para mí. Creo que hemos formado
un buen equipo final, con dos participantes sencillamente brillantes, y un
debutante que lo dio todo por estar a la altura. No sé lo que me durará el buen
rollo espiritual que tengo encima, ni ese extraño flotar que tengo todavía en
la cabeza, como si siguiese caminando por esos Picos de Europa. Lo que sí que
tengo claro es que ya estamos unidos por un vínculo aún más especial que
ninguno de los que ya teníamos de por sí. Un privilegio, un Honor y un Orgullo
infinito el ser Hermano de Camino de vosotr@s. Que el Año que viene sigamos
fortaleciendo aún más este mágico momento, y que la Santa Cruz de Santo Toribio
nos proteja del mal. Os quiero, y os quiero, mucho, y bien.
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