17 de octubre de 2024

Camino Lebaniego. Una experiencia inolvidable.

 

De primeras, quiero aclarar que lo que aquí os voy a contar ahora es solamente un pequeño resumen de lo vivido por mi en el desarrollo del Camino Lebaniego. No pretende ser (ni es, de hecho), ningún tipo de guía, sentencia y demás. Cada persona somos un mundo, y cada cual gobierna, se maneja y conoce a su propio antojo y conveniencia, vive y expresa sus sentimientos como encaje en su forma de ser y fuera. No es una cuestión de  ser más o menos que nadie. No traten de buscar moralina alguna, porque no la tiene. Léanlo como un simple relato más, si les apetece. Que no tiene más misterio el asunto.

 

1ª Etapa. San Vicente de la Barquera-Cades.  (27,47 Km.) La ilusión.

Probablemente, la etapa que más disfruté de todas. Relativamente fácil de hacer, aunque el final tuvo también su aquel, y personalmente llegué bastante tocadito. Cómo no, la cosa empezó por ir a que nos sellasen la credencial en el albergue de San Vicente de la Barquera, que estaba, cómo no, en lo más alto de lo más alto del Universo mundial (para ir abriendo boca y tal). Después ya continuamos el camino con normalidad. Hicimos una primera parada para despojarnos de ropa (tiempo espléndido dónde los haya durante todo el Camino, por cierto), y una vez bien reanudada la marcha, Don Pablo se da cuenta de que se dejó la Picaya en dónde paramos (no sería la única vez que pasaría, aunque no fuese precisamente a él). Tuvo que volver el hombre a todo trote, y volver a subir lo que, de hecho, ya habíamos hecho (menos mal que pertenece a la generación de Duracell, y este hombre puede con todo).

 

A continuación vimos una de las joyas de la corona en el Camino, como fue el pueblo de Muñorrodero, si no me equivoco. Un pasote total de sitio, que más parecía recreado para realizar un cuento de Navidad que otra cosa. Llegamos después a una especie de parque infantil (tirolina incluida, qué poquito faltó para ver a Doña Bea subida en ella), y empezamos la senda fluvial que es una auténtica pasada, yendo paralelamente por el río, sorteando obstáculos en ocasiones como si se tratase de un entrenamiento de los GEOS inclusive, teniendo que cruzar de vez en cuando el mismo. Tuvimos que salvar en un acto heroico por mi parte la Picaya del Patrón, que se cayó al río al intentar cedérsela a Doña Bea, para que pudiese pasar mejor. Comprobamos mi habilidad especial para poder cruzar dichos ríos a través de las piedras, debido a mi celestial número de pinrel que uso (un 46 es lo que tiene, que da una estabilidad y seguridad cojonuda para meternos en estas historias).  Hubo obstáculos de todo tipo, incluido  también alguna rama de árbol caída en medio, que mientras algunos decidieron pasar por debajo de la misma, yo me puse en plan Hércules y la levanté por encima de mis hombros, que no era cuestión de andar quitándome y poniéndome la puta mochila cada 5 segundos.

Descubrimos también que el problema de la Natalidad en Cantabria está completamente controlado, ya que nos cruzamos con una excursión de no menos 300 niños por lo menos (ojo, que no exagero) de lo más pintoresca y variopinta que se pueda uno imaginar. Niños enfurruñados, niños cansados, niños descontrolados, niñas pijas indicándose que “era la peor excursión que he hecho en mi vida, te  lo juro, tía” (acento pijoidal incluido), niñas encantadoras que te saludaban y te daban los buenos días con una sonrisa enorme  en la boca, niños que te chocaban la mano, niños papeando como si no hubiese un mañana … En fin. La vida vida misma.

Hasta que ya por fin llegamos a Cades, personalmente con la lengua fuera, y ya con las primeras señales de agotamiento total por parte del que esto os escribe (aparte de que me temo nos perdimos un poquito y tal, y para acortar, tuvimos que atravesar un prado campo a través). Y, cómo no, para entrar al albergue al final había que subir otras tropecientas escaleras más, no sea que no lleguemos bien cansados del todo, la madre que …

Llegamos al susodicho albergue (que estaba de puta madre), duchita de rigor, cervecita en la terraza de fuera que supo a gloria bendita, cigarrito aún más glorioso si cabe,  más allá de la curiosidad surgió el amor entre Doña Bea y un gatito que era un pasote total llamado Michi (absténgase gentuza pensando en cosas raras), Don Pablo que nos sorprende con un “pues yo ahora me hacía otros 15 Km. más tranquilamente, vamos"), cenamos un cocidito y una extraordinaria ensalada que nos tenían preparados ya, conocimos a Patricia (que, a la postre, se apuntó posteriormente a la segunda etapa con nosotros, por cierto, andaba haciendo el camino sola, porque sus colegas la habían dejado  tirada a última hora, ole sus ovarios, si señora), a otra pareja de mujeres que, según Doña Bea, cuando hablaban de ellas mismas utilizaban el género masculino (¿?), otra ukraniana que también iba a su puta bola y demás, y a las 21,30 ya todo quisqui en la piltra, que mañana toca etapa reina, pero de verdad.


2ª Etapa. Cades-Cabañes (30,6 Km.). La vida.

Todo lo que pasé durante el desarrollo de esta etapa fue como un pequeño resumen de mi vida. A pesar del cansancio del día anterior, recuperé cantidad de bien, hasta el punto de que, en las primeros tramos asfaltados, y a pesar de ser con un peralte de altura sencillamente, por momentos, indomable, logré mantener un buen ritmo hasta que llegamos a Cicera (creo recordar, que yo para los nombrecitos...) Ahí hicimos una pequeña parada técnica para tomar un Aquarius y demás, y a partir de ese instante (yo creo que llevaríamos unos 17 km. más o menos), empezó mi auténtico aprendizaje en estas lides, comenzando a subir una montaña interminable que subía, y subía, y subía, y volvía a subir, y no terminaba uno de vez el final de aquello, todo aderezado con un dolor, por momentos, insoportable, del pie izquierdo, que me hizo aún más la subida insoportable si se tercia. Para colmo, el día anterior, al acabar mi primera etapa, me di cuenta de que mi mochila se había roto en su cinta del lado derecho. Aguantaba, sí, pero decidí no quitármela y ponérmela en exceso, porque cada vez que lo hacía, una barra metálica de esas que tienen para la sujeción en la espalda aparecía atravesando la misma. Y uno ya empieza a pensar en todo. Cada vez me descuelgo más y más, cada paso que doy me cuesta más, ya que está todo lleno de piedras (algunas mojadas y resbaladizas) y tengo que medir muy bien los mismos, porque el colmo, claro, ya es caer lesionado y quedarte en medio de toda la montaña.

De vez en cuando, paro un poco para tomar el aire de dónde apenas lo encontraba, y miraba, eso sí, entre asustado e impresionado el esplendor de los Picos de Europa, que me observaban con todo su poderío y hasta a veces, intuía hasta de forma desafiante. Y seguía subiendo, y seguía subiendo, pero iba sufriendo tanto que hasta ya empecé a ver visiones y todo. Parecía que ya veía una carretera, pero no, era otra roca. Más adelante, me creía que, al fin, veía una furgoneta y todo, pero no, era otra puñetera roca. Echaba la mirada al frente y no veía más un interminable camino de piedras que no dejaba aún de subir. Los kilómetros apenas sumaban. La dificultad aumentaba. Momentos de desesperación, de rabia contenida, a veces hasta a punto de ponerme a llorar, pero, al mismo tiempo, cuando veía que decaía en exceso, me decía que no, que siguiera, que pensara en lo bien que me lo había pasado el día anterior tomando el par de cerves con mis Herman@s al acabar la primera etapa. Y seguía hacia adelante, hasta que al fin, vislumbre un pequeño descampado verde, oí voces, y allí vi a mis compañeros de fatiga esperándome. No supe si ponerme a llorar, a reír, o a qué se yo. Pensé que, por fin, lo más duro había pasado. Y puede que así fuera, pero no. No, desde luego, en mi caso.

La bajada pensé que sería más sencilla, y al principio, sí que fue un pequeño alivio. Pero claro, era tan pronunciada la misma, que tenía que ir también con pies de plomo, porque si intentaba acelerar un poco, terminaría rodando como una puta pelota hacia Dios sepa dónde. Como yo seguía con mi ritmo, por momentos, deleznable, lógicamente, los compis de peregrinación echaron hacia adelante, y nos citamos de nuevo en ¿Lebeña, quizás? El caso es que por fin, después de una interminable y sufridísima bajada, aparecieron 2 pueblos … ¡Sin el cartel del nombre puesto! Evidentemente, me cagué todo lo que se menea, no veía a éstos por ningún lado, y cuando ya me disponía a llamar al Patrón, para ver dónde se encontraban en realidad, aparecieron 2 peregrinos de no sé dónde, les pregunté por el nombre del pueblo, me confirmaron que estaba en el correcto, y que seguramente mis amigos estarían un poquito más abajo, que había una iglesia. Fue tal la emoción, que me puse la mochila a todo trapo, empecé a bajar todo contento, pero … ¡Maldición! Me falta algo. Me falta algo en los brazos … ¡Hostias! Mi mejor amiga en la Montaña, la imprescindible Picaya. Joder, a subir otra vez a por ella, y volver a bajar, hasta que al fin los vi. Ya solo quedaba el tramo final. Un tramo final, por momentos, aterrador para mi.

Había dos opciones: hacerlo por asfalto (mucho más coñazo, obvio) o realizarlo a través del río (muy duro, pero acortábamos la distancia final hasta el albergue). Como no podía ser de otra forma, decidimos la segunda opción. Y todo empezó como acabó. De nuevo me descolgué por completo y me encontré con un tramo, por momentos, yo diría que impracticable hasta para las cabras montesas. Otra vez cuesta va, cuesta viene. Sin final. Cada vez más cansado. Cada vez peor. Cada vez con más puta sed (y sin agua). Cada vez con más ganas de llorar (aunque no vertí ni una puta lágrima). Cada vez más desesperado, con más idea de sacar el saco, tirarme por dónde fuera y mañana será otro día. Y seguía andando, y seguía sufriendo, y me seguía doliendo el pie, y me resbalé un par de ocasiones y me desesperaba, y me intentaba ilusionar pensando que ya quedaría menos, y justo, cuando ya estaba apenas sin fuerzas, caminando espantosamente mal, parándome cada 2x3 para tomar un respiro que nunca era suficiente, apareció un tipo con el pelo blanco, camiseta con escudo del Atleti y con una botella de agua, que me la llenó del río, sació mi sed por completo, me dio todos los ánimos del mundo posibles y más, y ya no me dejó hasta el final de etapa. Ese amigo en la carrera. Ese que nunca te va a dejar bajo ninguna circunstancia. Ese que te saca cuando más en el fango se ve uno en esta puñetera a la par que maravillosa vida. Ese Amigo.

Ya llegando, decidimos mal el último desvío que había que realizar, y nos alejamos más del albergue que nos acercamos. Daba igual. Esto ya esta hecho. Lo había conseguido. Don Pablo preguntó a un lugañero por el mismo, y nos dijo que, efectivamente, pillamos el desvío mal, pero que estaba muy cerca, y que si queriamos, nos acercaba él en coche directamente. El Patrón dijo que no, y oigan, yo, después de lo que había hecho él por mi antes, no iba a dejarle solo en dicho tramo final, así que, como ya ni sentía ni padecía, tiré con él hasta llegar a nuestro destino, el cual, a su vez, no hacían más que aparecer carteles indicando que ya llegábamos, pero no terminaba nunca de encontrarse (albergue por aquí, albergue por allá, pero ni rastro final, oigan). Hasta me metí en una casa particular y todo en la que vi mucha gente, pensando que era el dichoso albergue, pero nada, que no había forma. Pero todo tiene su fin, y llegué, lo conseguí. No sabía si meterme directamente en la cama, irme a un baño a llorar desconsoladamente, o qué cojones, disfrutar del puto momento, que tanto me había costado. Por supuesto, decidí esto último. Una cervecita, un par de cigarros, unos buenos macarrones y unos filetes de lomo que me supieron a gloria bendita para cenar, duchaza espectacular y reconfortante a tope, y a sobar, que lo más chungo había pasado. Y hasta me costó dormirme, pero ojo, no por falta de cansancio precisamente, sino porque me pareció todo tan asombrosamente parecido con el desarrollo que ha tenido mi vida hasta la fecha, que no dejé de darle vueltas al perolo. Y saqué esa conclusión final: por mucho que padezca uno en la vida, con voluntad, con valor, con cojones, y con un amigo que siempre aparezca dándote ese último empujón cuando crees que ya no queda nada para dar, se sale hacia adelante.


3ª Etapa. Cabañes-Monasterio Santo Toribio de Liébana. Día de fiesta.

Como no podía ser de otra forma, el último día se convirtió en un auténtico día de fiesta y emoción total. Etapa mucho más corta, casi toda bajada (aunque comienzo y final en alto, más un tramito intermedio ya en Potes cuesta arriba nada desdeñable tampoco), casi todo por terreno medio “civilizado”. Uno va ya con una sonrisa en la boca, saboreando cada paso que va dando hasta llegar al Monasterio de Santo Toribio de Liébana. Paramos ya al final en la Casa del Patrón, dejamos mochila y nos cambiamos de calzado, hasta completar la última subida final (esta vez sí que sí). Una vez entré en la Iglesia, reconozco que andaba emocionado perdido, viendo también la bandera de nuestro Nacho estando dentro de la misma capilla como un feligrés más. Escuchamos la homilía, dedicada a los Peregrinos principalmente, tuvimos luego el honor de tocar la Santa Cruz, y uno, personalmente, salió de allí con una sensación de estar purificado del todo. Como si me hubiesen hecho un trasplante de sangre, de cerebro, y hasta de corazón. Una persona nueva, diferente, mucho más segura de sí mismo, con plena confianza y desbordando fe por los cuatro costados.

Ya después bajamos al pueblo, cañeo gratificante de rigor, cocidaco Lebaniego sumun, todo regado con un excelente Rioja que nos recomendó Doña Bea, chupito Lebaniego que sacó el servidor de Dios y ustedes al camareta, y copeo final hasta eso de las 00 h., en las que ya subimos los 3 completamente embriagados de felicidad, cantando canciones del Frente, del Atleti y de la madre que nos parió. Una experiencia sencillamente inolvidable.


PALABRAS CLAVE

 

Picaya.

Ese objeto que me ofrecía amablemente el Patrón antes de comenzar la 1ª Etapa, y que tanto eché de menos en el transcurso de la misma posteriormente, por chulito, por tonto y por melón. Buena parte del dolor que tuve durante el resto del Camino en el pie izquierdo fue por no haberla tenido ahí. Ya le dije que la próxima vez que me la ofreciera, si le indicaba que no la quería, me la metiese por el culo en plan pincho moruno y que me saliese por la boca, a ver si así vamos espabilando un poquito, carallo (en el resto de etapas me la cedió, y si no es por la misma, no termino ni de puto cachondeo, vamos).

 

La última Cuesta.

No hagáis caso de nadie que os indique que ya hemos pasado la última cuesta. Desconfiad por completo, porque no es así.  Quedarán más. Y puede que hasta unas cuántas más.

 

Dos kilómetros.

Otra gran mentira como otra cualquiera. Más de una vez os indicarán que quedan solo “2 kilómetros”. Mentira. Y si quedan realmente, se os pasarán como si estuvieseis andando durante 2 siglos seguidos.  Por Dios, qué cruz.

 

Herman@s de Camino.

Por supuesto, no puedo acabar este post sin agradecer lo mucho, tanto y tan bien como me he sentido y me han tratado Doña Bea y Don Pablo. Con Bea nos andamos conociendo, pero ya es una Hermana más de grada, con la que sé que puedo contar incondicionalmente para lo que sea menester (al igual que ella conmigo). De Don Pablo qué queréis que os diga: son muchos años ya, unas cuantas vivencias, el vínculo que tenemos de unión por el Atleti es sencillamente intocable, y eso ya no los va a cambiar ni Dios, a la par de la amistad que nos une. Pues bien, si todo esto les parece poco, hay que añadir un sentimiento final. Somos Hermanos también de Camino, lo cual se ha convertido en un vínculo ya Sagrado para mí. Creo que hemos formado un buen equipo final, con dos participantes sencillamente brillantes, y un debutante que lo dio todo por estar a la altura. No sé lo que me durará el buen rollo espiritual que tengo encima, ni ese extraño flotar que tengo todavía en la cabeza, como si siguiese caminando por esos Picos de Europa. Lo que sí que tengo claro es que ya estamos unidos por un vínculo aún más especial que ninguno de los que ya teníamos de por sí. Un privilegio, un Honor y un Orgullo infinito el ser Hermano de Camino de vosotr@s. Que el Año que viene sigamos fortaleciendo aún más este mágico momento, y que la Santa Cruz de Santo Toribio nos proteja del mal. Os quiero, y os quiero, mucho, y bien.



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